Recientemente, el Ministro de Agricultura anunció que el gobierno dominicano solicitará formalmente el inicio de consultas con el gobierno de Estados Unidos a fin de revisar el calendario de desgravación de un pequeño grupo de productos agropecuarios que todavía está sujeto a cuotas y aranceles.
En pocos años, las importaciones de estos productos quedarán totalmente liberalizadas. Existe un temor bien fundado de que, como resultado de ello, la producción doméstica, mucha de ella realizada por pequeñas unidades productivas poco tecnificadas, de baja productividad y con escaso capital, sea desplazada por importaciones cuyo origen es de empresas agroindustriales estadounidenses de gran tamaño, altamente tecnificadas, con acceso a capital barato y frecuentemente apoyadas por subsidios y otros apoyos públicos.
Hay que recordar que, desde hace más de un año, la Confederación Nacional de Productores Agropecuarios (CONFENAGRO) ha estado insistiendo en la necesidad de revisar el acuerdo. En respuesta a esas preocupaciones, mediante un decreto, el Presidente Medina nombró una comisión para estudiar el asunto y hacer propuestas. La comisión cumplió su misión y elaboró un informe, pero su destino es incierto. No es difícil imaginar los obstáculos que el informe pudo haber enfrentado en su camino al despacho presidencial o para que éste derivara en acciones concretas, en el caso que éste acogiera recomendaciones de revisar los términos del DR-CAFTA.
¿Cómo va la liberalización?
Al entrar en vigor el DR-CAFTA, el comercio internacional de la mayor parte de los productos quedó liberalizado de inmediato, o se eliminaron los aranceles en un tiempo relativamente corto. Para la República Dominicana, la excepción fue algunos productos agropecuarios, los cuales quedaron sujetos a una combinación de cuotas y aranceles, las cuales se irían desmontando gradualmente.
De ese total, ya hace unos pocos años que un conjunto de productos quedó libre de restricciones: trozos y despojos de pollo, tocino, grasa de cerdo, leche líquida, mantequilla, helados, quesos (distintos de mozzarella y cheddar), glucosa y carne de pavo.
En este momento, los productos que están sujetos a cuotas y aranceles son los siguientes: carne bovina (cortes y trimming), cortes de cerdo, muslos de pollo, leche en polvo, queso mozzarella, queso cheddar, yogurt, arroz (descascarillado y blanqueado), frijoles, pechugas de pollo y cebollas. Anualmente, las cuotas de importaciones de esos productos permitidas bajo condiciones de libre comercio crecen, y los aranceles para importaciones por encima de la cuota se reducen.
De éstos, en 2020 quedarán totalmente liberalizados los frijoles, los cortes de cerdo, la carne bovina (cortes y trimming) y el queso cheddar. El resto, esto es, muslos de pollo, leche en polvo, arroz, queso mozzarella y yogurt, quedará bajo cuotas y aranceles por un tiempo más. La liberalización total está prevista que ocurra en 2026, excepto para los muslos de pollo, que será en 2024.
Los resultados de la liberalización
El resultado de ese proceso de liberalización era esperable, especialmente en un contexto de unos desbalances productivos inmensos entre Estados Unidos y los países de la región, una política pública que no hace suficiente diferencia en términos del fortalecimiento de las capacidades productivas y competitivas, de una cultura productiva que se resiste a cambiar lo suficiente.
Las importaciones de productos agropecuarios desde Estados Unidos han crecido de forma notable, en especial las de productos pecuarios. Los aumentos de las importaciones de pollo, cerdo y res son notables. En los tres casos, mientras éstas han subido, la producción se ha estancado.
En el caso de la carne de pollo, todo el aumento de la demanda que se ha producido en más de una década, especialmente por parte de la industria procesadora de cárnicos, ha sido cubierto con importaciones.
Por su parte, la producción de cerdo ha declinado, en mucho como resultado de que las industrias procesadoras de carnes han sustituido las compras locales de carne de cerdo por partes de pollos importadas. En la actualidad, las importaciones de carne de cerdo explican un cuarto del consumo total.
El caso de los lácteos es especial. Las importaciones no han crecido de forma muy intensa porque las de leche en polvo, que todavía están restringidas por cuotas, han caído, mientras las de quesos se han disparado. Esto seguramente ha afectado mucho a las cerca de 400 pequeñas queserías informales, así como a la pequeña producción lechera que les suple. La producción nacional de leche ha venido aumentando y respondiendo a una demanda creciente, pero en la medida en que se profundiza la liberalización de las importaciones de leche en polvo, los espacios que tiene la producción se irán restringiendo, especialmente si los precios se mantienen tan bajos como hasta ahora en los mercados internacionales.
En el caso de los productos agrícolas, el crecimiento de las importaciones ha sido menos intenso por tres razones. Primero, porque en un importante conjunto de rubros la producción es netamente local y no hay una fuerte competencia externa, en particular desde Estados Unidos. Es el caso de las musáceas como los plátanos, las raíces y los tubérculos como la yuca, y las hortalizas, algunas de las cuales enfrentan “dificultades para viajar” por los costos de transporte. Además, el clima restringe la producción en el norte del continente. De hecho, en el marco del DR-CAFTA, se suponía que Centroamérica y República Dominicana podrían desarrollar la producción de este tipo de rubros y de frutas para exportar al mercado estadounidense.
Segundo, porque en importaciones de rubros específicas de mucho peso como los aceites comestibles, el trigo y el maíz, el país no cuenta con producción doméstica y, tradicionalmente, el país ha dependido de importaciones, la mayoría desde Estados Unidos.
Tercero, las importaciones de algunos de los productos en los que Estados Unidos es muy competitivo como frijoles y arroz, todavía están sujeto a cuotas y aranceles. Sin embargo, en la medida en que las cuotas vayan incrementándose y los aranceles reduciéndose, las importaciones crecerán.
La producción amenazada
En resumen, la producción amenazada de forma inmediata por la liberalización es lo que queda de la de frijoles (cerca de dos tercios del consumo es abastecido por importaciones), la de carne de cerdo, de quesos cheddar, y en menor medida la de carne de res. En este último caso, los altos precios de los cortes estadounidenses hacen que el nivel de amenaza no sea muy elevado.
La producción amenazada, pero no de forma inmediata sino en unos pocos años más, es las de muslos de pollo, leche en polvo, queso mozzarella y yogurt.
La extensión de la protección: ¿una salida?
Si todo se queda igual, es difícil que, al completar el calendario de desgravación, la producción arrocera, de habichuelas, la ganadería de leche y la producción de quesos no terminen siendo severamente afectadas. La extensión de los plazos de desgravación es una salida a la amenaza inmediata. De hecho, frente a la relativa inminencia, parece ser la única.
Sin embargo, hay que hacerse al menos dos grupos de preguntas.
Primero, después de la extensión, ¿qué es lo que va? ¿Cuál es el plan? ¿Cuál es la estrategia dentro de la que se inscribiría la extensión? Si eso no se tiene claro y se extienden los plazos, digamos, en cinco o diez años, al término del período corremos el riesgo de no haber cambiado nada y enfrentarnos a la misma amenaza. ¿Cómo se logrará que en lácteos, arroz y habichuelas se logren ganancias tecnológicas y de productividad al menos en una parte de la producción? ¿O es que están pensando en reconvertir parte de esa producción, abandonarla y promover la migración hacia otro tipo de producción en la que haya ventajas más claras? ¿Dónde están los recursos y el plan para ello?
Esas son, por mucho, las preguntas más importantes que hay que responder porque la vitalidad de la agricultura y de la economía rural dependen de ello. ¿O es que se está pensando en exceptuar de forma definitiva del tratamiento de libre comercio a algunos de esos productos? Si es así, ¿se ha pensado en los costos para los consumidores?
Segundo, ¿se han medido los riesgos de plantear una renegociación comercial a una administración estadounidense ruda e impredecible, ansiosa por mostrar resultados proteccionistas? La idea de que la pequeñez política y comercial del país nos puede ayudar frente a Estados Unidos no es suficientemente tranquilizadora. De hecho, asusta pensar en la posibilidad de que, a cambio de plazos más largos para los productos agrícolas, Estados Unidos proponga restringir el acceso a su mercado de algunos de nuestros productos de exportación más importantes; tanto como pensar en no hacer nada y dejar que parte de la agricultura quede aniquilada por el libre comercio y el desinterés en la producción.
Las preguntas son difíciles, y las opciones no son muchas ni cómodas.