Si hablas con algún profesional (liberal o dependiente) extranjero, es frecuente que a partir de los cincuenta se esté planteando lo que hará cuando esté retirado, a qué se dedicará y dónde vivirá.
Esta planificación le genera gran entusiasmo porque aprecia que es el merecido descanso por el que ha estado trabajando tan arduamente. Después de haber dedicado muchos años a ser productivo, entiende que es el tiempo de recoger los frutos maduros de lo cosechado para disfrutarlos a plenitud con la tranquilidad del que no está atado a un reloj ni sujeto a los rigores de una agenda.
Sin embargo, aquí es impensable el retiro voluntario, organizado y consciente, a menos que una seria dificultad lo imponga o una enfermedad le impida continuar porque el mayor orgullo para muchos es decir que se continúa en sus labores habituales, hasta el último suspiro de vida. Por eso, vemos puestos ocupados eternamente por una misma persona o un directivo que se resiste a ceder su cargo porque alega que si se va, se muere (como si ese no fuera el destino final de todos, más temprano que tarde).
Craso error es creer que retirarse es rendirse, aniquilarse y salir del ruedo porque ya no se valiera nada, se convirtiese en un bagazo de naranja a la que ya se le extrajo todo el jugo o algo de que avergonzarse, como si se tratase de un pecado imperdonable. Retirarse no es fracasar, no es darse por vencido, ni declararse inútil para la sociedad. Es hacer un alto indispensable en el camino para seguir transitándolo, pero en otra dirección y con otras prioridades a las que los afanes diarios hicieron secundarias; es imbuirse en actividades que no drenen la energía que inevitablemente va menguando con el peso (y paso) de los años. Saberse retirar a tiempo es una decisión de sabios pensada a futuro y no debería estar sujeta a las contingencias inesperadas o a que la edad -con la rotundidad sin retorno de la vejez- se imponga a todo juicio. En cambio, es mejor hacerlo mientras se esté en la cima que esperar a la inevitable alternatibilidad de lo nuevo y más moderno que anularía cualquier alternativa e impediría alguna elección.
A lo mejor habrá a quien las limitaciones y responsabilidades económicas le impidan cesar sus labores cuando fuere su deseo, pero los más se resisten a descansar, por entender que serían considerados débiles y endebles o talvez, porque se convertirían en generales sin tropa. Pobre de aquel que no entienda cuándo detenerse porque, aunque no tome la decisión, otros y las circunstancias inevitables del tiempo, lo harán por él.