En nuestro país nada puede ser normal, desde una isla compartida con unos vecinos a los que nos encontramos indisolublemente unidos, hasta unos títulos universitarios engañosos de graduados en malicia y tramposería para saltar el sacrificio del que acude a las aulas por 4 años. Las especialidades son fingidas y los supuestos cursos solo sirven para exhibir los diplomas en las paredes e impresionar a los ilusos que los dan por ciertos porque les ven un escudo o una firma ilegible (mientras más recóndito el país, mejor, preferiblemente anglosajón).
Aquí no solo se simulan las profesiones, también los medicamentos, enfermedades y dolencias, nada es cierto, ni la cara de una bella mujer asistida por la cirugía plástica o el gordo disimulado bajo la opresión de una faja. La credibilidad de un certificado de buena conducta se pone en duda, al igual que los currículos, con una preparación y experiencia profesional tal, que bien valdrían por mil vidas, si fueran reales.
Los certificados de título demostrativos de la propiedad de un inmueble y las matrículas de los vehículos pueden ser obras de arte que no correspondan a sus dueños aparentes (con o sin complicidad de sus titulares) porque ni aún las fuentes oficiales dan la certeza de si se es dueño o no. Los procesos de visado son un desfile de fantasías y solvencia imaginaria con balances ajenos que han llegado hasta a los atentados al pudor para aparentar vínculos conyugales.
Los alimentos alterados que atentan contra la salud no contienen lo que se indica o sus beneficios son inexistentes. La industria de lo adulterado-en franca competencia desleal con los válidos- se encuentra impulsado por la codicia de sus productores, distribuidores y comerciantes que han previsto en su precio hasta las multas y pagos de propinas, por si son descubiertos. Las marcas, que de auténticas solo tienen que son perceptibles a los sentidos, destacan en una industria de piratería más robusta que la original que, de tanto consumirse por barata (aunque de peor calidad), se hace impenetrable y su poder más fuerte que el mismo producto auténtico que se pretende imitar.
Hemos llegado a un punto en el que hasta los sentimientos son fingidos, tras una buena cuenta bancaria y el buen vivir que atrae al que busca cariño comprado; los afectos se aparentan, según las conveniencias del momento, al igual que las fidelidades, que son embustes envueltos en aprecio. Dicen que en este mundo traidor nada es verdad ni es mentira porque todo dependerá del cristal con que se mira, lo malo es que la visión podría estar distorsionada porque también ese cristal pudiere ser falsificado.