Las ideologías resultan populares porque ofrecen una simplificada y, en ocasiones, hasta elegante explicación de una realidad social que resulta compleja, a veces contradictoria, y hasta ambigua. Pero lo que realmente da vigencia a las ideologías es que bajo el manto intelectual de las ideas dan satisfacción a unas pasiones subyacentes que albergamos. Es decir, a nuestros miedos, frustraciones, y hasta resentimientos.
Solo comprendiendo el carácter simplificador y pasional de las ideologías podemos comprender su vigencia, tan presente en el debate migratorio. Debemos aclarar que nuestro problema migratorio tiene raíces dominicanas : la avaricia de muchos; la indiferencia de otros por el bienestar de sus conciudadanos; la cobardía y la corrupción de no pocos. No obstante, se presentan argumentos ideológicos basados en la “solidaridad internacional” con los inmigrantes pobres, que tristemente dan un manto de legitimidad a comportamientos tan custionables. Uno tiene la sospecha que argumentos tan absurdos solo obedecen a pasiones subyacentes. De ahí la propensión a descalificar a los que no piensan igual, tildándolos de racistas, xenófobos, antihaitianos, etc. Estas son reaciones emocionales. Son la sustitución del diálogo por la acusación. Resultan una sálida fácil.
Marx postuló que el capitalismo tenía una tendencia a deprimir los salarios y a condenar a los trabajadores a una existencia de pobreza, vicios, indisciplina, enfermedades y violencia. Sin embargo, este genio no valoró que en las sociedades avanzadas Occidentales la mano de obra se haría escasa, y que en consecuencia los salarios se elevarían-siguiendo la ley de la oferta y la demanda- provocando la adopción de métodos productivos, que además de economizar mano de obra (ya escasa), aumentaría la cantidad producida por hora trabajada. Esta mayor producción por hora trabajada, a su vez, permitió pagar mayores salarios, y obtener mayores ganancias. Pues dicho vulgarmente, entre más grande la torta, más fácil el reparto entre las partes.
Pero resulta un hecho poco valorado en nuestro país que la abundancia de mano de obra inmigrante indigente provoca que la ley de la oferta y la demanda opere de manera perversa, hundiendo los salarios y condenando a la clase trabajadora a la pobreza y el atraso, con la secuela de frustración, vicios, indisciplina y violencia. Es decir, estamos conviertiendo nuestra economía en lo que Marx predijo sería la suerte del capitalismo. Que a muchos dominicanos no les importe semejante situación, pues se benefician de unos salarios bajos y unas condiciones de trabajo primitivas, no nos sorprende. Pero que los ideólogos de la izquierda justifiquen semejante iniquidad argumentando la necesidad ética de la “solidaridad internacional” con los inmigrantes pobres es dolorosamente sorprendente. Y es que en sociedades sub-desarrolladas como la nuestra, hasta las interpretaciones ideológicas son penosamente superficiales…