Me llamó mucho la atención un editorial de un prestigioso diario nacional que titulaba “De 8 am a 5 pm”. Se refería a todos aquellos que tienen un empleo con un horario y que muchos rechazan o no se sienten a gusto.
Lo primero que me preguntaría si el horario es el problema, porque entonces el primero que tiene problemas es el director de ese diario, porque sin duda tiene muchos empleados que entran en esa categoría.
Yo no creo que el incentivo o desgano de un trabajo determinado esté en el horario. Porque si pensamos en todas y cada una de las profesiones, todas tienen su techo.
¿Cuántos políticos quieren ser presidentes y nunca lo logran? ¿Cuántos periodistas no quisieran ser directores, o más aún dueños de medios?
¿Cuántos profesores no quisieran ser la autoridad máxima del plantel? Sólo ver nuestra Universidad Autónoma como compiten por la rectoría, una carrera que parece más la de un candidato a la presidencia que a la de rector de ese gran centro de estudios.
¿Cuántos empleados no quisieran ser dueños del negocio?, muchas veces con capacidad para serlos, pero por las razones que sean han decido ser empleados y no correr con el riesgo de perder sus ahorros o tener que trabajar incansables horas, quitando tiempo a la familia y la salud.
No creo que el problema sea de horario; y personalmente lo he comprobado. He visto llevar adelante su jornada con entusiasmo y pasión, incluso no sólo por un salario que todos necesitamos, sino por el reto y la satisfacción de alcanzar logros y vencer obstáculos.
De lo que estoy convencido es que el ambiente de trabajo debe ser agradable; debe permitirle crecer al colaborador; las condiciones de salario deben permitirle llevar una vida digna.
La empresa debe tener políticas de promoción por la capacidad, la dedicación y el entusiasmo del colaborador. Se debe crear un vínculo hasta con la familia, ofreciendo cursos de superación, cursos que le permitan crecer en el empleo en que se encuentren o en futuros empleos.
Hace unos días supe de una empresa que llevó por un día a treinta hijos de sus colaboradores para que tuvieran una idea de lo que hacían sus padres, les ofrecieron diferentes charlas y juegos y al final una mochila con todo lo necesario para empezar el año escolar.
No todos nacemos para ser empresarios. Es más, serlo significa un enorme sacrificio, un reto constante con la competencia, con regulaciones muchas veces ilógicas que nos evitan ser más competitivos con otras naciones.
Sobre los hombros de un empresario recae una enorme responsabilidad, primero con sus colaboradores, luego con los accionistas y con el Gobierno, pagos de impuestos que muchas veces son excesivos y hasta limitan poder ser competitivos.
Nunca olvido cuando la crisis bancaria del 2003 que prácticamente nos llevó a todos a la quiebra. Un día, entra a mi oficina el Gerente de Mantenimiento y buen amigo y me dijo: “Celso, yo soy más feliz que tú, en medio de este lío tú tienes el problema de buscar el dinero para pagarme, yo me voy a casa a las cinco de la tarde y tú estás aquí hasta no sé qué hora”.
Lo importante en una empresa, no importa el horario que cumpla el colaborador, es que éste se sienta parte de la misma, que más que un trabajo es parte de un equipo, donde no sólo tenemos el reto de ser los mejores y ganarles a la competencia, sino que disfrutamos de los logros personales y familiares de los demás y lo acompañamos en sus momentos de dolor.
Recuerdo en una oportunidad, que a un empleado de ocho a cinco le empezó un infarto y al hospital al que fue con la esposa no le ponían mucha atención y en medio de su dolor salió llorando hacia la empresa donde laboraba porque decía que ahí no lo dejaban morir. Efectivamente, los compañeros que lo vieron venir lo montaron en un vehículo de la empresa lo llevaron a una clínica y hoy está feliz con su familia y su horario de ocho a cinco.
Tengo muchos empleados jóvenes con horario de ocho a cinco, veo en ellos el entusiasmo, cómo se retan para cumplir las metas, cómo son de atentos con los clientes.
El inconveniente no es el horario, es el ambiente de trabajo, es sentir que se respeta a cada cual, es que se tomen sus opiniones en cuenta. Porque muchas veces las mejores ideas vienen de quien uno menos imagina y un buen empresario es el que oye, aprecia y es uno más con sus colaboradores.
En fin, el problema no es del horario, lo es muchas veces la arrogancia, es no cumplir con los acuerdos con los colaboradores, es no reír y no sufrir junto con ellos. Es no mantener un ambiente de respeto y de colaboración entre todos, olvidando rangos y posiciones porque todos somos iguales.