“Contraviniendo la Ley de la gravedad, aquí la economía cuando chorrea, chorrea hacia arriba.
Sé que no somos mucho de respetar las leyes, pero al menos la de Newton habría que respetarla”.

R.P. Gustavo Gutiérrez

Nuestra América se rinde ante la necesidad de las reformas. Para un continente que lleva 500 años esperando que ellas sean el empuje que falta para el desarrollo, es retador dedicarle unas líneas. Sin pretender ser exhaustivos, tratemos de ver de qué va la cosa en realidad.

Diremos en primer lugar que los nostálgicos de Keynes no se atreven a hablar de reformas estructurales. Es decir, de transformaciones que afecten el espíritu del sistema. Las reformas de que se habla en la actualidad son solo un intento no declarado de salvarle la ropa al neoliberalismo ante una crisis delatada incluso por los aspectos sobre los que se pretende actuar. Las reformas que Milei, Bukele o Novoa anuncian con gran prensa van dirigidas a los mismos tres o cuatro aspectos.

Otros más anónimos anuncian lo mismo: hablan de la seguridad como el ámbito que hay que reformar, proponen ministerios especializados, elaboran manuales para reprimir y construcción de cárceles sin que nada de prevención se observe en el horizonte. Incluyen la seguridad social en la lista pues de lo que se trata es de asegurar el uso del dinero de todos para negocio de unos pocos.

Hace 40 años, el 3 de noviembre de 1980, el creador de las AFP prometía en Chile por cadena nacional de radio y televisión que en el 2020 la pensión de cada chileno sería igual a su último sueldo. El fracaso de esas AFP, por el contrario, ha sido tan evidente que durante el gobierno de Sebastián Piñera tuvieron que establecer la Pensión Garantizada Universal (PGU) pagada por el Estado, para que nuestros mayores no se mueran de hambre. ¿Qué sentido tiene entonces mantener las AFP?

En economías con un 50% de trabajadores “informales” el ahorro obligatorio no parece ser el camino correcto para garantizar pensiones y la propuesta de mejorar las condiciones del empleo resulta errática y muy básica tomando en cuenta que el trabajo precarizado no es una anomalía de la economía neoliberal, es la condición para que funcione. “Es la humanidad sobrante”. ¿Me entiende?

Tampoco pueden faltar las reformas a la legislación laboral en esta caravana que “encamina” al desarrollo.

De seguro que se verán obligados a tratarlas con mayor profundidad puesto que en principio buscan eliminar derechos y los derechos, además de ser reconocidos, no aceptan cambios en otra dirección que no sea la progresividad.

Todos ponen en fila la necesidad de una reforma fiscal. Esto es el pago de impuestos, no se trata de otra cosa. En la ideología perversa del neoliberalismo para aumentar la inversión extranjera habrá que bajar la carga tributaria de los ricos y aumentar los impuestos al consumo de alimentos: al fin y al cabo, comer más de una vez al día es propio de salvajes atrasados incapaces de emprender o de aprovechar oportunidades.

Resulta de lo más obvio que el Estado necesita más recursos, pero estos deben venir de quienes los poseen. Es decir, impuestos progresivos. Y aunque así lo crean algunos santones sin suerte ni proyecto, la calidad del gasto no involucra sólo la corrupción o el clientelismo. Calidad del gasto significa que los recursos que el Estado necesita sean destinados para mejorar la educación y la salud públicas, no para dedicar recursos fiscales a la salud o a la educación privada. Cuando el Estado destina recursos a la salud o a la educación privada está cometiendo un grave atentado a los derechos humanos.

Por supuesto no hay que dejar afuera de la lista a las reformas políticas, aunque bien sabemos que las intenciones que las mueven no son precisamente aumentar la participación social. Las promueven y prometen porque el proyecto económico, político, social y cultural del neoliberalismo necesita reforzar los seguros que impidan manifestaciones populares y expresiones políticas nuevas o alternativas.

Luego de observar todo el dinero que se necesita para ser presidente y de revisar las encuestas que miden la credibilidad de las élites, uno empieza a entender las fotos y videos de lo que pasa en las calles argentinas, peruanas, ecuatorianas o panameñas.

En otras palabras, en esas manifestaciones es donde puede apreciarse que el cambio a un nuevo régimen político no está sólo en las reformas políticas neoliberales, será necesario a pesar de ellas.

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