Dicen que en política las victorias son efímeras y las derrotas provisionales. En la vida sucede igual. El poder, la gloria y la fama pasan. Los fracasos, las tristezas y los dolores también. Solo el cumplimiento del deber perdura, como un tatuaje en el alma.
Valoremos más la solidaridad con el prójimo, al igual que la integridad de nuestras actuaciones y pensamientos. Que nuestros hechos hablen por nosotros. Nos enseñó Aristóteles que la felicidad consiste en hacer el bien. ¡Qué monumento de verdad! Es más, pienso que hacer el bien tiene mucho de egoísmo sano, pues en ocasiones se siente más satisfecho el que hace el bien que quien lo recibe.
La felicidad, amigos, es la auténtica riqueza y la riqueza habita en un ambiente de paz, sin sobresaltos, sin remordimientos, sin cáncer en nuestras conciencias. ¡Tristes las noches en las que no podemos dormir tranquilos pues algo indebido hicimos! Y con esa paz que proviene del cumplimiento del deber y del sentir por los demás podremos enfrentar con éxito las adversidades o aceptar con valor lo inevitable.
Además, y es secundario, este mundo tan complicado da muchas vueltas y lo que hoy está arriba mañana estará abajo y quien se equivoca en esto puede sufrir desagradables sorpresas. En consecuencia, haz siempre el bien, inténtalo con ganas al menos y notarás lo agradable que es ser útil a los demás, sin importar que te lo agradezcan. Que nuestra conducta sea ejemplo a seguir para quienes nos rodean.
Seamos abanderados del optimismo, que el pesimismo azara incluso a quienes nos rodean. No nos aferremos a nada, exceptuando a los principios morales. Lo que nos sobra nos estorba y solo poseemos y disfrutamos lo que se comparte. Aprendamos a simplificar las cosas y si lo logramos veremos más claro el camino.
No nos creamos los protagonistas, los amos del universo, dizque porque temporalmente dirigimos personas y determinamos su futuro inmediato. Valoremos la sencillez como una virtud que nos engrandece. Estemos convencidos de que todo es cotidiano y más simple de la cuenta y que danzamos al compás de risas y llantos, de amores y sinsabores, de ilusiones y realidades.
Eso sí, debemos mantener grandes y sanas metas, porque nadie se eleva más allá de lo que aspira. Por ello, nuestra existencia debe estar guiada por el corazón y la cabeza. Por el corazón, para sentir que vivimos y que podemos lograr lo que nos proponemos, siempre actuando de buena fe, con nuestro espíritu limpio. Por la cabeza, analizando seriamente cada paso a dar, ajenos de emociones dañinas, seguros de las decisiones a tomar. Así podremos avanzar como personas.