Hay un aspecto, que podría ser de una élite intelectual y sociopolítica haitiana, obviado en la estrategia o exigencia dominicana a la comunidad internacional en la línea de conjurar la crisis -ya histórica- de ingobernabilidad en Haití matizada por el control de bandas o “maras” de “políticos” y paramilitares que, prácticamente, “co-gobiernan” el caos que es hoy ese empobrecido pueblo subyugado por sus élites oligárquicas y unos actores políticos creyentes, aunque suene obsoleto, “de la una e indivisible”.
Y es que se ha ignorado un aspecto, en proyección socio-histórico y cultural, que es opinión-razonamiento de una parte de esa élite intelectual y sociopolítica haitiana -de mucha opinión pública e influencia social-: la fuerza interventora que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó -“con Kenia a la cabeza”- no es de factura multinacional (o del órgano que dio aquiescencia) sino dominicana, y para esa élite, en su razonamiento socio-histórico, en el fondo, también es una intervención nuestra desde una modalidad invertida y sutil, pero que ellos la decodifican como intromisión extranjera de un presidente -en este caso el nuestro- que ha querido, según ese razonamiento, no ayudar sino creerse que puede, indirectamente, incidir en el teatro de lo inminente…
Esa creencia retorcida de esa élite haitiana, a la corta o a la larga, de seguro que tendrá su peso-eco en la idiosincrasia del pueblo haitiano y, por vía de consecuencia, aumentará el resentimiento anti-dominicano que, históricamente, actores sociopolíticos y oligárquicos han sabido alimentar, explotar y exacerbar jugando a tergiversar la historia y a hacer “política”, pues, quien nos subyugó, por 22 años (1822-1844), fue Haití al margen de cualquier justificación “histórica”, de salvaguarda, proclama o ejecución del tratado de Basilea (1795).
Por ello, y no por miedo, no hay que dejar de soslayar el aspecto socio-histórico-cultural cuando se aboga por una salida ante un peligro inminente como es el desborde social y político de un país o conglomerado humano que la historia y la geografía, de muchas formas, nos condena a sobrellevarnos y entendernos, a pesar del desarrollo desigual y unos actores oligárquicos y políticos diestros en el arte de no cumplir y saber manejar el discurso diplomático engañoso.
De modo que se impone, de parte nuestra, ir elaborando y ejecutar una estrategia, diplomática y comunicacional, para derrumbar o atenuar este nuevo capítulo o narrativa de esa élite haitiana en la línea del complejo de avestruz para no asumir su responsabilidad histórica-nacional sobre sus ancestrales falencias y su hábil manera de victimizarse ante la comunidad internacional para escurrir el bulto de ser una élite expoliadora de su propio desarrollo integral como país. Y esa realidad, al margen de lo coyuntural (la reelección del presidente como la aspiración del bufón Claude Joseph), socio-histórica no es culpa nuestra. Digámoslo al mundo y a los haitianos también…
Por supuesto que, a nosotros, nos ha faltado, históricamente y salvo escasas excepciones, política de Estado y hábil diplomacia para bregar con Haití y su recurrente cultura de victimizarse ante la comunidad internacional. Y esa falta de mira nuestra nos ha hecho hacer lecturas erróneas y actuar con base en lo esporádico-coyuntural, obviando la historia y la intención estratégica última -nada oculta- de los que manejan los hilos fácticos del caos en Haití…