A mitad de septiembre, un programa de televisión sabatino llamó la atención de las redes sociales. El “show” del show fue un corto video en el que varias comunicadoras opinan sobre la importancia de intercambiar sexo por el pago de cirugías plásticas que, según ellas, son necesarias para preservar la belleza de la mujer. Este es un programa de entretenimiento y los comentarios son presentados como una gracia, en medio de música y algarabía.
Entre las mujeres que conozco, el video generó una tristeza difícil de articular. En las redes suscitó burlas, indignación, vejaciones, justificaciones, algunos comentarios supuestamente indiferentes, y muchos comentarios en contra. ¿Por qué? El sexo transaccional es una realidad demasiado común y multifacética en la sociedad dominicana que cubre desde pagarle el celular a una muchacha hasta traficarla. ¿Los hombres tirándole piedras simbólicas a las comunicadoras se comprometen a nunca más utilizar su poder económico (sea mucho o poco) para acceder al cuerpo de las mujeres?
De igual manera, ¿las mujeres que juzgamos la honestidad de las jóvenes, dejaremos de decir que si el tíguere es un rullío sin un chele, mejor que ni me tire por WhatsApp? Las comunicadoras lo que hicieron fue plantear un problema social, y agradezco que hayan puesto el tema sobre la mesa: hablemos sobre chapear.
Hipótesis: en un sistema patriarcal, el chapeo representa una manera “socialmente aceptable” de que mujeres no casadas puedan expresar su sexualidad, siempre y cuando esa sexualidad se instrumentalice a favor de un hombre que pague. Lo pongo entre comillas porque, aunque conmocione ver a comunicadoras hablar desinhibidas de esta manera, la prostitución y, su ineludible compañera, la trata, carcomen todos los esfuerzos de igualdad entre hombres y mujeres, al tiempo que producen ganancias anuales billonarias para los países que corroen. Tienen muchísimos simpatizantes en las legislaturas (incluyendo la nuestra donde actualmente hay un Proyecto de Ley acumulando polvo), en las bolsas de valores internacionales, en las calles y en los resorts.
¿Por qué señalar a las comunicadoras si lo que han hecho es personificar un tema que tanta gente defiende filosóficamente y en todo el espectro político?
Además, ver muchachas jóvenes ufanándose sobre su propia cosificación deprime, pero ¿cuál sería la reacción social ante un programa de televisión en el que mujeres no casadas, pero sexualmente activas, se sentaran en una mesa y dialogaran sin morbo sobre una sexualidad no transaccional? Posiblemente la indignación se multiplicaría.
Las presentadoras podrían ser unas impresentables (no digo que lo sean), pero hay una cadena de hombres con dinero que decidió ponerles un micrófono en la mano. ¿Dónde están quiénes las contrataron? ¿Quién los responsabiliza de enviar, en palabras de un político carismático, “un mensaje tóxico para todos nuestros niños y niñas que ven los medios de comunicación como su principal fuente de orientación”? Antes de contratar las presentadoras, suponemos que hubo un casting. ¿Qué se buscaba en ese casting? En algún momento se tomó la decisión de contratarlas a ellas, o de contratar mujeres sesentonas para que vistan batolas mientras leen la Atalaya… ya sabemos bien quienes fueron las agraciadas.
No estaban solas en ese escenario. ¿Cuánta gente ha denostado el comunicador que les triplica la edad y que las iba llamando para que le modelaran? Había también un camarógrafo enfocándoles el cuerpo de manera salaz y hombres incitando a la audiencia para que vitorearan. Las cosificadas promocionaron su autocosificación, pero ellos también modelaron ante la audiencia cómo cosificar. Si niñas y niños aprendieron viéndolas a ellas, también aprendieron viéndolos a ellos. ¿Dónde está el oprobio para esos caballeros?
Fácil es criticar a las presentadoras por abrir la boca, desfilar y enseñar las nalgas. Difícil es cuestionar a los productores de televisión y hombres ricos que las contratan para sostener relaciones económicas que las mantienen subordinadas. Contentonas, sí, pero subordinadas, porque esa dinámica de poder tan dispar nunca las beneficiará a largo plazo, aunque ellas mismas juren que están empoderadas. Las comunicadoras del video fueron inspiradas por las Megadivas de la década pasada, quienes a su vez fueron influenciadas por las vedettes de antaño. Ese ciclo se exacerba, demandando más y más exhibicionismo de las que se atrevan a participar.
Suponiendo que la indignación ante ese video fuese real, entonces para contrarrestar tendremos que poner en televisión más mujeres en todas sus facetas y menos réplicas de esa femineidad tan inaguantable. Hay que mostrar más mujeres en chercha jugando dominó, evangelizando en sus vecindarios, dirigiendo charlas sobre las recaudaciones tributarias y sí, también hablando sobre sexo. Pero cuando la sociedad dominicana esté preparada para escuchar a mujeres no casadas hablar de sexo (sin morbo), espero que sea desde la perspectiva de una sexualidad que les pertenezca a ellas mismas… no a ningún hombre prestamista que las esté esperando fuera de cámara con una factura en la mano.