A pesar de que en nuestro país como sucede en muchas otras partes de Latinoamérica muchos sentimos pesar por tantas oportunidades perdidas, así como una sensación de lamento porque a menudo se da un paso adelante y luego dos hacia atrás, cuando se observa el panorama regional fuerza concluir que estamos mejor que otros países y que somos referente debido al crecimiento económico sostenido que hemos experimentado, y porque en medio de la pandemia hemos estado a la cabeza de la recuperación económica, a pesar de las debilidades y amenazas de nuestro modelo.
Una de las virtudes que tiene nuestro país es gozar de niveles mucho más altos que otros de la región de paz social, en parte quizás por el temperamento del dominicano, esencialmente afable, abierto y poco protocolar, pero en gran medida también porque el mestizaje existió desde el inicio de la colonización incluso bendecido por la corona española que instruyó se realizaran matrimonios entre españoles (cristianos) e indios, aunque lamentablemente nuestra población indígena fue rápidamente exterminada, y por tanto no existe la penosa división entre las etnias indígenas y el resto de la población que padecen muchos países de América.
A pesar de las desigualdades, de las faltas de oportunidades y de derechos, y de la inmensa deuda social existente, la convivencia en el país no ha tenido los grados de tensión y rencor social de otros países cercanos, y hemos gozado de paz laboral que ha permitido avances de los sectores productivos y del país, y aunque hay exclusión, racismo y negación de la identidad en un país predominantemente mulato en el que pocos aceptan su raza, esto ha sido tratado muchas veces con un humor singular, lo que en parte le ha reducido rispidez a un tema tan serio.
Uno de los aspectos más negativos que han tenido malas expresiones revolucionarias como la fallida revolución bolivariana liderada por Hugo Chávez y peor continuada por Nicolás Maduro, es haber atizado el odio entre clases y apostado a dividir la sociedad venezolana para convencer durante un tiempo a muchos de que el solo hecho de que los oligarcas estuvieran peor y perdieran empresas, fincas y fortunas significaba una mejoría para ellos, cuando por el contrario lo único que han generado es pobreza, carestía y destrucción de fuentes de trabajo productivo y de generación de riqueza de ese país rico en recursos naturales, obligando a muchos de sus nacionales a emigrar en busca de mejoría, mientras sus dirigentes se han hecho millonarios y exhiben conductas y lujos tan o más reprochables que los que.
Desde las expresiones utilizadas por Juan Bosch en sus discursos a inicios de los años 60 de los tutumpotes y los hijos de machepa para definir la desigualdad social existente, nuestro país ha variado mucho aunque siguen existiendo altos niveles de pobreza, a pesar del crecimiento económico continuo, lo que en parte tiene como causa que muchos políticos en los años posteriores, algunos que fueron sus discípulos, se enriquecieron a expensas del erario segando así oportunidades a la población y condenándola a la pobreza.
Los millonarios surgidos de los gobiernos de Balaguer tan denunciados por su oposición, se multiplicaron en los años posteriores, no solo en cantidad sino en la magnitud de sus fortunas, como funestamente han puesto en evidencia los escándalos de corrupción surgidos de tiempo en tiempo y las investigaciones judiciales que han sido iniciadas, las cuales son el resultado de la lucha ciudadana que exigió justicia y fin de la impunidad.
Por eso pretender sacar ventaja política atizando la división social con denominaciones de mal gusto para distinguir entre ciudadanos de primera y de segunda, es no solo reprochable, sino peligroso, porque exacerbar odios, rencores y exclusiones es lo peor que pudiera sucedernos. La mejor forma de igualar a los ciudadanos es hacer que la ley se aplique a todos por igual, ojalá que eso fuera lo que se disputaran por garantizar cada uno de nuestros líderes políticos.