Esa película es la más innegable definición de lo que se conoce en arte como chanchada: el espectáculo o película en que prevalece un humor infantil, festivo, de perfil eminentemente populachero. Y como tal es el gancho ideal del negocio del cine dominicano para llenar salas como muy bien lo ha hecho esta película al generar tráfico profuso. Precisamente, su principal característica como producto comercial es no poseer argumentos, tramas y contextos complicados y heterogéneos con una historia mínimamente digna que ponga a madurar, en una palabra que no hay interés en aportar cualquier elemento generador de cultura, pues no tiene otra finalidad que conducir al espectador hacia gags cómicos para pasar el rato. Es una película hecha con “suelta aquí, coge allí”, sin carácter, concebida como cualquier cosa, pero no cine. Al carecer de sustancia, no es expresión legítima de nada. Nos lleva por situaciones cacareadas en los enredos televisivos que los “reyes del humor” acostumbran. No hay minuciosidad ni seriedad por lo que uno simplemente ve cosas sin ton ni son que a pesar de todo arrancan contundentes y estrepitosas risotadas en la platea. Un tipo de película que procura el camino fácil; pues ni modo, porque realizar un cine de humor que tenga los mismos atractivos comerciales pero que elija material inteligente, eso demanda mucho esfuerzo para elaborar un guion, una obvia capacidad para concentrar esfuerzos y un minucioso trabajo de análisis de un equipo multiprofesional, y a falta de eso pues, claro, se apoya en esos individuos surgidos de las capas sociales más bajas y con menor posibilidades de instrucción, pero con un inusitado talento y gracia para representar su clase, sus vivencias y sus graciosas frases y gestos que nos tocan el alma dominicana. Ellos son la película y nada más. Ellos son la mina de oro. Genuinos en su dominicanidad, la de esas clases desposeídas y ramplonas que se mecen en la industria del cine llevando al dedillo aquello que canta Rolando la Serie: “Aprendí todo lo bueno, aprendí todo lo malo, sé del beso que se compra, sé del beso que se da, del amigo que es amigo siempre y cuando le convenga, y sé que con mucha plata, uno vale mucho más. Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran y si la murga se ríe uno se debe reír”. Pienso que el cine dominicano ha creado un estado de semi-inconsciencia cuyos productores se embriagan el ego y hacen de su público una masa endiabladamente enajenada. Y un público así es el que sostiene a las salas con muy buenos dividendos sin otro propósito, y a la ley de cine también la montan en ese rastro anodino. ¡Qué leones! l