Una posible guerra comercial entre Estados Unidos y China ha venido acaparando la atención de la opinión pública internacional luego de que el gobierno estadounidense anunciara aranceles extraordinarios para todas las importaciones de productos de acero y aluminio, que afectan especialmente las exportaciones chinas. Posteriormente, el gobierno de Estados Unidos anunció la intención de imponer aranceles extraordinarios a unos 1,300 productos fabricados en China, mayormente de alta tecnología.
China ha respondido con una demanda ante la Organización Mundial del Comercio, y con una propuesta de imponer tasas arancelarias a 106 productos originarios de Estados Unidos, especialmente soja, automóviles y productos químicos.
Aunque hasta ahora lo que ha habido, más que nada, es disparos al aire, la postura del gobierno de Estados Unidos es marcadamente distinta a la de administraciones anteriores y puede generar una escalada que se traduzca en una significativa y costosa disrupción de las relaciones económicas entre ambos países.
La disputa no puede entenderse como una exclusivamente económica o limitada a los términos en los que ambas economías se relacionan. Se enmarca en un conflicto más amplio por espacios de influencia económica y política a nivel global, y en un esfuerzo de contención económica por parte de Estados Unidos usando el arma del comercio.
Relocalización industrial global
Pero ¿cómo llegamos a esta situación? Para comprenderlo hay que identificar algunos de los roles específicos que juegan ambas economías en la relación bilateral y en la economía global. China es una economía que, al igual que otras del Sudeste de Asia, ha logrado aprovechar al máximo las oportunidades del entorno internacional para acelerar el proceso de industrialización y de aprendizaje tecnológico, y de expansión de su base material.
Esas oportunidades se la dieron al menos dos elementos. El primero fue el cambio tecnológico, entre ellos la Tercera Revolución Industrial, que hizo posible la fragmentación y la relocalización de la producción industrial. Hasta hace pocas décadas, casi la totalidad de la producción manufacturera se realizaba dentro de los confines de los Estados nacionales y las cadenas de producción por las que pasaban los insumos hasta lograr ser convertidos en productos de consumo final, eran cortas y principalmente nacionales. Sin embargo, la aparición de nuevos productos, de nuevas tecnologías, y desde los noventa la incorporación de las tecnologías de la información y la comunicación a la producción permitió que los procesos productivos se pudieran dividir y que, algunos de ellos se pudieran mover hacia otros territorios y países, en donde las condiciones de producción, por razones de costo u otros factores, fuesen más ventajosas.
El segundo fue la apertura económica, específicamente, la reducción de las barreras al comercio transfronterizo y a los flujos de inversión. Esto, junto con la reducción continua de los costos de transporte y logística, contribuyó a abaratar el tránsito de las mercancías y facilitó la inversión extranjera en el mundo entero, y en particular en los países en desarrollo.
El resultado fue que, en un contexto de intensificación de la competencia entre corporaciones, los procesos manufactureros que antes estaban principalmente localizados en los países ricos empezaran a moverse hacia países de menor ingreso, en búsqueda de menores costos de producción (por ejemplo, salarios). En otras palabras, la producción manufacturera global se empezó a relocalizar.
En ese contexto, China empezó a capturar de forma creciente actividades manufactureras relocalizadas a través de la instalación de empresas de inversión extranjera, joint ventures entre empresas extranjeras y estatales y empresas estatales con contratos de procesamiento.
Este proceso terminó forjando una nueva división del trabajo a nivel internacional y nuevos patrones de especialización. Por un lado, convirtió a China en un gran productor y exportador global de manufacturas, e hizo que generase unos enormes superávits comerciales con muchos países, en especial con Estados Unidos. En otras palabras, terminó especializando a China en la fabricación, en particular el ensamblaje, de productos industriales. Por otro lado, Estados Unidos y otros países ricos conservaron y profundizaron sus roles de generadores de innovación, procesadores de manufacturas en eslabones intensivos en conocimiento, y gestores de los procesos de posproducción (p.e. mercadeo, distribución y ventas al detalle). En otras palabras, conservaron las fases más lucrativas de las cadenas y desde donde se ejerce el comando sobre ellas.
Beneficiarios y perjudicados
China y otros países en desarrollo, en especial en Asia, se beneficiaron debido a la enorme expansión de la base industrial y la generación de empleos formales y mejor remunerados que los de sectores tradicionales como la agricultura, y los países ricos se beneficiaron porque encontraron en ellos fabricantes baratos para vender mercancías a precios más reducidos en todo el mundo. En esa perspectiva, gana quienes fabrican y quienes compran, consumidores y consumidoras.
Sin embargo, en estos últimos, en los países ricos, los beneficios no se distribuyeron equitativamente. Ganaron las corporaciones y quienes contaban con habilidades para participar en las actividades intensivas en conocimiento (para usar una figura clara: aquellas personas que pueden trabajar en Sillicon Valley), y perdieron los llamados “trabajadores de cuello azul”, los obreros industriales quienes, a pesar de poder comprar manufacturas más baratas, se fueron quedando sin trabajos. Estos vieron sus empresas cerrar para irse a fabricar a China, México, Indonesia o India, y vieron a un Estado que no fue en su auxilio, que no les protegió ni les ayudó a reconvertirse. Esos, entre otros, fueron damnificados de los cambios tecnológicos y comerciales, quienes quedaron excluidos y empobrecidos. Hoy constituyen parte de la base de apoyo de Donald Trump que les ha prometido “volver a ser grandes”.
Subiendo la escalera tecnológica
Pero China no se conformó con ensamblar, sino que ha estado dando pasos agigantados para aprender y subir la escalera tecnológica bajo la clara premisa de que es en la innovación y el conocimiento en donde descansa la posibilidad de una transformación productiva continua y de capturar partes crecientes del valor agregado producido.
No quiere limitarse a seguir siendo una gran fábrica. También quiere ser un gran laboratorio, como lo son Estados Unidos y otros. Y para ello está usando todos los recursos a su alcance: inversión pública en centros académicos y de investigación, formación científica y tecnológica, y exigencia de requisitos de transferencia tecnológica a las empresas extranjeras con interés en establecerse en el país.
En otras palabras, quiere trascender (y lo ha venido logrando) el rol de fabricante y con poco poder, para convertirse en quien comanda redes de producción y captura un mayor valor agregado.
Este es el centro del conflicto económico y no otro. La disputa es el resultado del esfuerzo chino por escalar y posicionarse, y del de Estados Unidos por contenerlo usando amenazas comerciales y acciones puntuales.
La administración de Trump se ha quejado del severo desbalance comercial con China, pero este es un argumento incompleto porque, para empezar, Estados Unidos tiene un importante superávit en el comercio de servicios. En 2017 fue de unos 250 mil millones de dólares, que equivale a dos tercios del déficit en el comercio de bienes con China. También recibe un elevado influjo de inversión extranjera que compensa el déficit comercial. Eso no significa que el déficit comercial sea irrelevante. Si la forma en que se ha estado financiando no es sostenible, termina siendo un severo problema. Pero esta discusión llama la atención sobre la simpleza del argumento del déficit comercial, el cual parece tener más fines políticos que otra cosa.
Es probable que los peores temores de una guerra comercial intensa no se concreten. Después de todo, hay demasiado en juego a ambos lados del Pacífico. Hay cadenas de producción muy bien establecidas, mucha producción y dinero en juego, y precios que contener en la medida en que altos aranceles encarecerían las mercancías. Pero, además, Trump lo que necesita es, muy probablemente, algunas victorias políticas de las que pueda alardear, cosa que Xi Jinping le puede dar sin dañar severamente la relación económica y sin comprometer a largo plazo el proyecto tecnológico nacional.
Lo importante es despejar el polvo, y comprender las fuerzas y las motivaciones más importantes de los actores, para de esa manera identificar lo que puede esperar.