En un programa de televisión al que fui invitado la semana pasada, el productor, un talentoso comunicador, me preguntaba que si estaba de acuerdo, como decían algunos, que el modelo económico dominicano había que cambiarlo por completo.

Mi respuesta fue que nada es perfecto, que siempre debemos buscar mejorar las cosas; pero que eso de cambiar un modelo por completo cuando hemos sido exitosos creciendo en los últimos años por encima de un 5%, y se estima que este año recién finalizado termine cerca del 7%, demostrando que el modelo es exitoso, aun cuando muchos se quejan de que el éxito está limitado a muy pocas personas y que muchos de nuestros ciudadanos están sumidos en niveles preocupantes de pobreza.

Este análisis tiene dos caras. Decir que no existen niveles de pobreza sería no ver la realidad, como lo sería decir que no hemos progresado, que esos niveles de crecimiento son invenciones del Banco Central o de los gobiernos de turno.

Este año recién pasado el crecimiento de los Estados Unidos impactó positivamente en la economía mundial y en la nuestra, ya que, de alguna forma, como muchos dicen, somos el patio trasero de esa gran economía.

Fue de tal magnitud el impacto del crecimiento de la economía norteamericana que las remesas, que principalmente provienen de esa nación, crecieron en un 10.4%, al pasar en el 2017 de 5,911 millones de dólares a 6,524 millones para el año recién finalizado.

Las exportaciones de zonas francas y de la manufactura local crecieron en un 9.2%, unos 900 millones más que en el 2017. El turismo aportó un 6% más de divisas para llegar a la suma de 7,610 millones.

Este crecimiento de estos sectores compensó la caída en la inversión extranjera, que es un factor por analizar. Muchos dirían que se debe al crecimiento de la economía del país del norte, donde muchos han preferido invertir en éste, gracias a las facilidades y el mensaje de la administración Trump, de hacer de ese país una nación grande de nuevo.

A muchos nos preocupa el nivel de endeudamiento del país y la deuda del Banco Central, que sin duda demandará mucho de los impuestos que pagamos y a pesar que esa deuda tiene dos facetas: una es que al demandar recursos, drena la economía y evita inflación, aumentando las tasas de interés, endeudándose básicamente vía las Administradoras de Fondos de Pensión; la otra es dinero que en algún momento tendrán que pagar vía la creación de nuevos impuestos o simplemente transfiriendo de otras fuentes de impuestos no necesariamente nuevos, lo que reduciría la inversión en sectores importantes de la economía, reduciendo el nivel de crecimiento de la economía en general.

De acuerdo con el propio Banco Central, se generaron más de 160,000 nuevos empleos durante el año recién pasado, pero aún persiste una enorme demanda de empleos, especialmente entre los jóvenes que ingresan al mercado laboral y que diariamente oímos o somos testigos de reclamos porque no encuentran plazas donde emplearse.

Incluso, un dato difícil de determinar es cuánto de esos 160,000 nuevos empleos se corresponden a nacionales y a extranjeros; para nadie es un secreto que ya no sólo ocupan plazas los inmigrantes del vecino país, sino que muchos venezolanos, que huyen de una de las peores crisis económicas, buscan donde emplearse, no sólo en nuestro país, sino que ya los encontramos diseminados por gran parte de Latinoamérica y de los Estados Unidos.

Volviendo a la pregunta original, de si debemos cambiar el modelo por completo, nos preguntamos: ¿qué debe cambiarse en el modelo económico dominicano? Lo primero, es que todos deseamos se mantenga una inflación controlada, una tasa de cambio que se deslice lentamente para que no afecte los niveles de precios ni reduzca la calidad de vida, pero que a la vez no se convierta en un elemento que beneficie la importación sobre la producción local.

Gobiernos menos populistas, que entiendan que dando más subsidios que los realmente necesarios mantienen una popularidad peligrosa. Por igual, revisar los sistemas de incentivos que no van directamente a la producción para hacernos más competitivos, exportar más, generar más empleos, impuestos y divisas.

Revisar el gasto en todos los niveles, porque a pesar de que muchos dicen que es imposible bajarlos, eso es simplemente un camino para nunca hacer eficiente el gasto. Basta con mirar el nivel de dispendio de muchas instituciones públicas. Por más eficiente que sea la renta y las aduanas, es imposible perseguir la velocidad del gasto.

Reducir el tamaño del gobierno, volver a que los consejos y regidores sean honoríficos y honorables, porque no hay presupuesto que soporte ese nivel de gastos improductivos.

Entramos en un año preelectoral, con altas tensiones en los partidos mayoritarios y la poca capacidad de los partidos en vía de desarrollo de ponerse de acuerdo para llevar un pequeño bloque de oposición a las elecciones. Es un año donde los gastos se multiplican, donde se pretende hacer más de lo posible y se corre el riesgo de caer en mayores déficits.

Es un año donde es de prever que la economía norteamericana no tendrá el excelente desenvolvimiento del 2018 y eso no sólo reduciría las remesas, sino que tendría impacto en las exportaciones y el turismo. El precio del petróleo parecería no ser un factor de riesgo.

Vista las condiciones descritas no hay ninguna razón por la cual este año no sea tan positivo como el anterior, sólo recordaría una frase de Napoleón Bonaparte “vísteme despacio que voy de prisa”.

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