La gente se aprovecha de los espacios que se abren en los ejercicios democráticos de las naciones para poner en marcha su espíritu de maldad y buscar siempre ganancia en esas debilidades, al abrir campo a los dañinos y horrendos procesos especulativos.
Eso está ocurriendo ahora en el país con el arroz, los azúcares, aceite, bebidas gaseosas y alcohólicas, transporte, telefonía, servicios diversos como lavandería, mecánica, repuestos, accesorios, el ejercicio de la medicina, los seguros y hasta el aire que se respira, entre otros.
Cuando existía control en los precios y una entidad oficial vigilaba los desmanes de comerciantes, que sin rubor ni pavor buscan hacer su agosto en cualquier mes y suplidores que aprovechan cada tañir de campana para oficiar su misa, ahora con la “Ley de oferta y demanda”, sólo llevan la carga el consumidor que tienen pagar más por lo que adquiere y los pequeños negocios aumentar el capital y ganar menos.
Muchas veces, los especuladores, con trajes de políticos y plataformas de angurria, son beneficiados con grandes paquetes de importación para cubrir las carencias de producción en algunos renglones y que la población no sufra los efectos, pero solo se aprovechan engrosando sus bolsillos.
De esta forma se benefician, afectan a la autoridad de turno y le crean el mayor de los traumas a la población que se relega a reclamar con impotencia, sin que se le preste atención.
Hay sectores que plantean la necesidad de retomar el control, si se quiere que el país avance en la medida de las expectativas, aunque se tenga que legislar para proteger los productos de la canasta básica de los desmanes de los especuladores y de aquellos cuyo arte es vivir de la miseria de los demás.
Basta ya de tantos abusos, la especulación no puede seguir tragándose inmisericordemente los pobres salarios que aun se devengan en los países de la región, incluido el nuestro que, por demás, está sobrepoblado. ¡Pongamos un alto a la especulación!