La contaminación por sonidos descontrolados, ruidos, bulla y otras manifestaciones que ahora son muy comunes en el país nos están conduciendo hacia una nueva epidemia con efectos dañinos irreversibles, como es el caso de la sordera, la presión arterial y otras patologías.
La Ley 64-00, que crea el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, dedica un título especial a la contaminación y los artículos 114 y 115 a este tema que es tan perjudicial como la basura, las aguas negras, el humo, la depredación de los bosques, la contaminación de los ríos y otros.
Buses del transporte público, el perifoneo a toda hora, los vendedores ambulantes en unidades motorizadas, las motocicletas sin silenciadores y las bocinas con altos decibeles en negocios, viviendas y en las calles, parece que no tienen control de la autoridad.
Sabemos que existe una unidad anti-ruidos que opera la Policía Nacional, pero al parecer esto es un juego de niños, porque hoy se llevan unas bocinas y al otro día regresan a los negocios violadores del derecho a vivir en paz y a tener sectores tranquilos.
Si la autoridad investida para corregir los daños que producen estos generadores de ruidos, creando situaciones desesperantes en residenciales y barrios no actúan con presteza, pronto tendremos que seguir aumentando los gastos en salud curativa, debido a que no hemos sido capaces de hacerlo en la preventiva.
Los ciudadanos que, por cualquier cosa se lanzan a huelgas y a protestas, tampoco se interesan por los daños que pueden sufrir en el futuro sus hijos, sus parientes y ellos mismos, no incluyen esta demanda en sus reclamos.
La contaminación sónica es una amarga realidad que nos agobia, pero lo grave del caso es que a las autoridades parece que les da igual y no hacen el menor esfuerzo por enfrentarla y llevar ante la Justicia a los violadores, para que reciban las sanciones correspondientes. Si la autoridad actúa el relajo termina y la ley llena definitivamente su cometido. Está bueno ya, paremos la contaminación sónica.