Cuando era un jovencito con grandes aspiraciones, conocí a Juan de Dios Ventura Soriano (Johnny Ventura), quien desde “Vecina llegó el cuabero”, ya era un símbolo, no solo en el merengue, sino como músico, amigo y protector. Incluso, su orquesta amenizó en mi graduación como bachiller en el desaparecido El Diamante, de Herrera.
Desde entonces, creció mi admiración por este hombre que, pese a ser una gran figura del arte, con voz potente como locutor y un cantante de diferentes géneros, también portaba un corazón patriótico, defensor de su patria, político por trabajo, no por beneficio pecuniario, sino por el de la población.
Estando en la radio, como locutor visité su casa, conocí a su familia y sentí el calor de una persona amiga, aunque en la distancia, pero siempre pendiente a los detalles. Fue diputado 1982-1986, cuando cubríamos esa fuente como periodista y nuestra amistad creció un poco más.
Luego alcalde de la capital, antes de la división, 1998-2002 y recuerdo haberle acompañado con el embajador de Canadá y Trajano Santana, a recorrer la cañada Guajimía, en Buenos Aires, una de mis grandes preocupaciones.
Pero, además de esos detalles virtuosos en la vida conocida de Johnny Ventura, hay una parte que nunca sobresalió mucho en su ejercicio y comencé a entenderlo cuando debí compartir con él en Supercanal.
El Caballo Mayor era servicial, altruista, filántropo y, sobre todo, un convencido de que haciendo el bien, ayudando a los demás, era la mejor forma de agradar a Dios, sin que sus acciones fueran publicitadas. Ese era Jhonny Ventura, el abogado, el político, el artista y el hombre de bien.
Recuerdo que luego de concluir la carrera de derecho nos inscribimos en el posgrado en Ciencias Políticas, la primera versión ofrecida por la UASD en la capital, pero por sus compromisos constantes no pudo acompañarnos hasta el final de esta importante jornada. Ese era el Caballo Mayor, inolvidable y un gran ejemplo a seguir. Hasta siempre Johnny.
El autor es periodista y abogado.