Como señalamos en la entrega anterior, el Poder Municipal tiene un nivel de relevancia que no ha sido comprendido, ejercido ni compartido con la capacidad política y gerencial que requieren los municipios y los administradores electos, con marcadas excepciones, se circunscriben a poner en marcha el clientelismo y a cumplir en lo posible con lo que siempre se hace.
Es tiempo de que en este ciclo los alcaldes, directores municipales, regidores, vocales y suplentes centren mayores esfuerzos en estudiar las intríngulis de este valioso poder para lograr sinergia total con los demás poderes que conforman el Estado, para que el país acabe de despegar hacia el desarrollo sostenido cacareado por décadas.
Los grandes municipios como los del Gran Santo Domingo, Santiago, San Cristóbal y La Romana, para mencionar algunos, deben convertirse en aliados estratégicos del Poder Ejecutivo, el Congreso y la Justicia, para en nombre del país, no solo alcanzar presupuestos participativos funcionales y equilibrados, sino también para proteger las propiedades del Estado y el territorio.
Esto puede lograrse independientemente de las banderías y de los colores políticos que representen, porque al fin y al cabo somos dominicanos y debemos marchar unidos en defensa de los intereses nacionales que nos arrebatan inmisericordemente ante nuestra inocente e indiferente mirada.
Los administradores municipales deben comenzar a desarrabalizar las calles y avenidas, los parques y frentes de negocios, así como las aceras y contenes de las principales ciudades del país que, están repletas de basura y de negocios sin condiciones que nos convierten en una vergüenza a los ojos del turista y de cualquier visitante interesado en invertir en la historia criolla y las grandes riquezas naturales que poseemos, para disfrutar sus encantos y el remanso que regalan.
Nuestros hijos han ido perdiendo el derecho a la diversión sana porque extranjeros y muchos criollos sin conciencia han tomado los parques y pulmones naturales, para montar talleres mecánicos, puestos de reparación de neumáticos, lavaderos de carros y otras acciones que afectan seriamente la convivencia pacífica.
Herrera es un ejemplo vivo de esta amarga realidad y ojalá que las nuevas autoridades tomen con entrega el tema para ver si algún día dejamos de ser cenicienta y lo propio se espera en los demás municipios. ¡A trabajar!