El agua es el elemento más poderoso de la naturaleza, da vida, construye, destruye, apaga el fuego, refresca el aire y desnuda muchas realidades hermosas y duras, incluyendo las debilidades de los pueblos y los sectores más vulnerables, pero siempre su bendición es mayor.
La experiencia dejada por este fenómeno atmosférico que castigó con fuerza a todo el Suroeste y al Gran Santo Domingo, entre otras zonas del país, debe servirnos para reflexionar en el destino de la inversión en obras de infraestructura y en la protección al sector agropecuario como fuente de vida en la alimentación y, con ello, se podrían fortalecer los demás sectores conforme a los requerimiento de una nación en vía de desarrollo.
Además, las exigencias, supervisión e inspección de las vías de comunicación para evitar el desplome de obras que, cuando ocurren provocan accidentes lamentables y pérdida de vidas útiles, así como el desbordamiento de fuentes acuíferas importantes con la consiguiente secuela de daño a las obras erigidas, los pueblos y las personas, como ha ocurrido ahora penosamente.
Sin embargo, los beneficios del fenómeno hay que aprovecharlos protegiendo las más de 30 presas que tiene el país, construir otras que permitan almacenar el fruto de esa bendición de Dios que, en pocos años, muchos pueblos desearán conseguir.
Esta es una gran oportunidad para dar la cara completa al campo, proteger al agricultor, incentivar la producción para, aprovechando la estabilidad económica y los avances alcanzados, hacer cada vez más fuerte y sostenible las riquezas producidas.
Somos un país bendecido por Dios y, sin importar las creencias de los demás, debemos contribuir a que la nación dominicana siga siendo un referente económico y en todas las áreas del desarrollo, para mantenernos fuera de la pobreza extrema y hacer que la sociedad sea más feliz.
Busquemos el punto positivo de esta experiencia para corregir debilidades, reforzar las fortalezas y hacer frente con certeza a las asechanzas para evitar sus efectos negativos, que siempre persiguen obstruir las buenas obras. ¡Bendita sea la lluvia!