República Dominicana ocupa las dos terceras partes de la isla La Hispaniola, convertida en nación libre y soberana el 27 de Febrero de 1844 y cuyo territorio es rico en vegetación, una orografía envidiable, hidrografía extraordinaria y la minería rompe los parámetros de muchas naciones pequeñas de la región por su abundante riqueza.
Solo nos ha faltado la voluntad política, la vocación patriótica y la conciencia ciudadana para alcanzar el objetivo de convertirnos en una nación con suficientes recursos propios para las grandes y pequeñas obras, sin recurrir a los tediosos préstamos internacionales y a la venta de bonos soberanos que, realmente comprometen la independencia económica y política de los dominicanos.
Las llamadas tierras raras constituyen el gran eslabón de la cadena de bendiciones que Dios legó a los dominicanos, para que vivan libres, como es el caso del oro, larimar, carbón mineral, petróleo (en proceso de investigación), una agricultura y ganadería prósperas y la gran riqueza de estar bordeados por un océano y un mar, para la pescadería.
Si el actual gobierno, encabezado por Luis Abinader, está abriendo los ojos de los dominicanos y quiere hacer de esas bondades, además del turismo, el deporte y la alegría criolla, una fuente inagotable de riqueza, hay que permitirle trabajar para lograrlo en favor de todos.
El larimar es una piedra preciosa única, descubierta en las costas caribeñas de la región sur, el oro mediterráneo de Sánchez Ramírez y la riqueza que genera la FalcondBridge, con el hierro, son patrimonios genuinos de los dominicanos que se deben aprovechar mejor.
Tiempo es, de abandonar la lucha política y económica egoístas y sumemos esfuerzos como dominicanos, para que el patrimonio de todos tenga destino cierto y se haga más difícil el pretendido despojo del territorio motivado por la lujuria y la riqueza fácil.
Es tiempo de pensar que, seguir volando como golondrina solitaria, traicionando la soberanía de la nación y persiguiendo intereses grupales y personales no nos ayuda a levantarnos como país suficientemente dotado de las riquezas que precisamos para no mendigar a nadie y vivir cómodamente bien.