De acuerdo con la Real Academia, la propina es un agasajo sobre el precio convenido otorgado como muestra de satisfacción del servicio prestado. Es sinónimo de gratificación, recompensa y bonificación. Evidentemente, es un plus a opción de quien la entrega cuando se considera bien atendido.
En nuestro país se contempla como contribución obligatoria en el art. 228 del Código Laboral con un cargo del 10% de la cuenta en hoteles, restaurantes y establecimientos comerciales de expendio de comida y bebidas (siempre que se produzca en el lugar, ha dicho la Suprema Corte de Justicia). Ese porcentaje se distribuye entre los trabajadores involucrados en las atenciones, desde el cocinero, personal de limpieza y cajeros, al que está en contacto con el destinatario, el camarero. Lo habitual es que, en adición, se agregue otro 10% o hasta un 15%, con lo que estaríamos hablando de que se aporta prácticamente la tercera parte del valor de lo consumido.
Aquí se entrega propina al que cuidó el vehículo, cargó las maletas o las fundas del supermercado; a quien trajo la comida, saltó el orden para dar preferencia y hasta como premio al trabajo bien hecho. Cada quien debe ser libre de entregar lo que le parezca y conforme su propio criterio y disponibilidad económica, lo pernicioso de esa práctica es que ciertos empresarios están contando con esa esplendidez para pagar sueldos de miseria y lo que es una muestra de satisfacción del usuario, se ha desnaturalizado convirtiéndose en un ingreso relevante y de subsistencia alimentaria para el trabajador porque está solventando su salario.
Ciertamente, en algunos negocios como salones de belleza, restaurantes y supermercados, esa muestra de carácter voluntario se ha constituido en un complemento indispensable para que el empleado llegue mínimamente a fin de mes y pueda cubrir sus necesidades más perentorias, como si el cliente fuera socio del empresario y sobre sus hombros pesara la responsabilidad de sostener a su personal.
Por eso, vemos caras lánguidas cuando ese regalo no se entrega o se hace por una cantidad inferior a la esperada, en vista de que se ha convertido, de un acto de humanidad y agrado, a una parte sustancial del sueldo. Para justificarla se invoca la pobreza de un rango poblacional numeroso que depende de ella y que los que más tienen deben compartir con los menos afortunados, pero, más que nobleza, hay viveza del que se aprovecha de la benevolencia y obtiene los beneficios de un tercero, que le consume sus productos y debe ayudarle también a cubrir la nómina, lo que representa un negocio muy desigual porque ese cliente se convierte en doliente, sin porcentaje de retribución ni tasa de retorno.