La partidocracia tradicional –derecha-izquierda-, de tanto descuidar el todo orgánico-institucional -el partido- tras el monopolio jerárquico, los proyectos presidenciales –sin visos doctrinarios-ideológicos-, el Caamaño político-electoral y de masas que no fraguó; o peor, la suplantación orgánica-institucional, crearon un monstruo llamado clientelismo que, primero, fue maquinaria electoral, y segundo -ahora-, máquina trituradora de líderes y dirigentes que ahogaron critica, democracia interna y pluralidad política en sus partidos, a cambio de fomentar grupúsculos (génesis de los “ventorrillos” políticos, más bulla-propaganda callejera que el TC acaba de restituir) o borregos-“clientes” de zafras electorales, a excepción de una minoría reflexiva.
Hoy, cuando quieren, en sus planos subalternos, alzar vuelo o re-inventarse, descubren que una cosa es ser dirigente y otra, muy diferente, es lograr un liderazgo y ser presidenciable. El mismo Juan Bosch llamó muchas veces la atención sobre esa categoría y dijo que, en el PRD de Peña-Gómez, sólo el extinto Hatuey De Camps era presidenciable. Porque, parece, que, para construir y lograr un liderazgo presidenciable, se necesita templanza, determinación e imagen-proyección pública nacional y hacer la diferencia, es decir, defender convicciones y democracia interna, pues serán esos principios y valores la zapata de un liderazgo ganado a la sombra de una trayectoria partidaria, y no bajo la incondicionalidad ventajosa de otro liderazgo o del reparto grupal partidario, expresión del más rancio conservadurismo.
Por ello, no quieren entender de dónde nacen o vienen los outsiders o los fenómenos políticos-electorales de coyuntura. Sencillo: nacen de desfases orgánicos-institucionales, abandono doctrinario-ideológico, descrédito público, promesas incumplidas; y más que nada, creencia falsa que partidos de borregos-“clientes” perdurarán para siempre.
De todo lo anterior, hemos visto, universalmente, como las viejas rutas de acceso al poder –partidos, oratoria, golpes de Estado (sangrientos, “suave o blando”), caudillismo, etc.- ya no son las únicas vías, sino que una coyuntura política-electoral, en tiempo de redes sociales, internet e inteligencia artificial, podría proyectar y catapultar una figura que aparentaba gris u apoca, pero que el momento puso en el centro mismo de una ola o, de un hartazgo colectivo que nadie previó (Bolsonaro, Macron, Trump, etcétera).
Finalmente y a pesar de la crisis de nuestra partidocracia, una parte de ella -con determinación-, hizo posible un nuevo marco jurídico-administrativo y de garantías electorales que, aunque con sus fallas, hay consenso que, para lo que había –en materia de legislación electoral-, la actual, por los menos, aporta reglas, pautas y arbitraje. Además de que, caudillos inamovibles se tendrán que medir y confrontar con nuevos actores políticos -“improvisados”, “bisoños”, “inventos” o, como les quieran llamar-. Y eso es saludable.