La crisis sanitaria asociada al nuevo coronavirus está desatando una crisis económica sin precedentes y ambas están generando una gran cantidad de preguntas sobre el futuro. ¿Cuándo terminará todo esto? ¿Cómo terminará? ¿Terminará del todo?
¿Qué podemos hacer para que termine? ¿Qué tan resistente es esta economía a un impacto como éste? ¿Qué tan grande será el efecto sobre la producción total y sobre el empleo? ¿Son razonables las predicciones recientes de los organismos internacionales sobre el crecimiento para 2020? Aparte del turismo, ¿cuáles sectores son los que más sufrirán? ¿Quiénes serán las personas económicamente más afectadas? ¿Se disparará el dólar?
La mayoría de ellas no tienen respuestas claras, pero es necesario continuar haciéndoselas. En la medida en que los eventos se vayan sucediendo y se vaya generando más información, estaremos en mayor capacidad de lograr respuestas más precisas.
¿Cuándo terminará?
No lo sabemos, punto. Hay una enorme incertidumbre epidemiológica. En pocos países hemos visto un aplanamiento de la curva de contagio, es decir, una estabilización y eventual reducción del número total de casos positivos. En la mayoría, el número total de casos positivos continúa en ascenso. Por eso, no hay suficiente experiencia ni evidencia para decir con certeza cuándo el contagio cederá, si lo hará en uno, dos, cuatro meses o seis meses. Peor aún, dado el relativamente bajo número de pruebas en muchos países, en realidad ni siquiera tenemos certeza de cómo se está comportando el contagio.
Sólo sabemos que los países y territorios con mayor éxito en detener el contagio contaron con una clara estrategia epidemiológica. Nueva Zelandia, China y una comunidad italiana llamada Vo’ Euganeo recurrieron a una cuarentena estricta. Otros países como Corea del Sur, Japón, Islandia y Taiwán recurrieron a la realización de una enorme cantidad de pruebas, seguidas de aislamientos selectivos.
En la República Dominicana, igual que en muchos otros países en desarrollo, hacer cualquier de ellas es muy difícil, lo que hace más incierta la situación. Por un lado, la cuarentena estricta, en caso de que sea posible hacerla cumplir, condena a muchos a un severo y quizás insostenible sufrimiento material porque perciben ingresos diariamente por su trabajo o porque las empresas en las que trabajan no tienen la capacidad de sobrevivir a la paralización por mucho tiempo. Además, los Estados tienen una limitada capacidad fiscal, lo cual restringe el apoyo material que pueda ofrecer para la subsistencia de los hogares afectados. Esto explica en lo fundamental la reticencia del gobierno a adoptar esa medida.
Por otro lado, pocos países están en capacidad material y técnica de implementar una estrategia parecida a las de Corea o Japón, la cual descansó en la realización de un formidable número de pruebas.
¿Qué efectos tendrá sobre la producción?
Sabemos que será negativo, pero no sabemos cuánto. La crisis agarró al país en un buen momento macroeconómico, con tasas de crecimiento respetables, un déficit externo bajo gracias a las remesas, al bajo precio del petróleo, al alto precio del oro y a los ingresos por turismo, con el nivel más alto de reservas internacionales jamás registrado, y con estabilidad de precios y del tipo de cambio.
Sin embargo, también lo agarró con una situación fiscal y de carga de la deuda pública poco envidiable que hace que el Estado tenga una restringida capacidad de respuesta. Los ingresos fiscales son muy bajos, el servicio de la deuda se traga el equivalente al 40% de los ingresos tributarios y la calidad del gasto público deja mucho que desear. Es en momentos como éste en los que empieza a pesar el fracaso de no habernos dotado de una nueva fiscalidad que haya puesto al Estado en mejores condiciones para enfrentar este desafío, en especial para proteger a la población más vulnerable en términos sanitarios y económicos.
Más generalmente, la economía dominicana, como muchas otras pequeñas y en desarrollo, es muy vulnerable a los shocks externos y la capacidad de resistencia de su aparato productivo es muy baja. Las micro, pequeñas y medianas empresas explican, probablemente, cerca del 90% del total de las empresas del país. La letalidad de las crisis en esas empresas podría ser muy alta porque éstas no tienen la capacidad para resistir el cierre. La situación es particularmente severa para las pequeñas empresas que, además del personal, tienen altos gastos fijos como alquileres u otro tipo de contratos, o que tienen deudas que saldar de manera corriente.
Las recientes predicciones de organismos internacionales sobre el crecimiento del PIB son una verdadera osadía y tienen poco valor. La crisis todavía se está desenvolviendo, nada ha terminado y es posible que todavía estemos en etapas tempranas del contagio.
Por ello, no hay manera de predecir con un grado de certeza mínimamente razonable cuánto terminará creciendo o decreciendo la economía en 2020. Las predicciones anunciadas son, a lo sumo, escenarios posibles, simulaciones y no más, cuyos resultados son mucho más optimistas de lo que la mayoría de los y las economistas del país están dispuestos a admitir.
¿Cuáles sectores económicos resultarán más afectados?
Aunque todos los sectores serán afectados, hay algunos que lo serán mucho más que otros. Acá me limitaré a tocar tres de ellos. Lo obvio es que el turismo está siendo la actividad más afectada y seguramente estará entre las últimas en recuperarse.
Probablemente, está operando a un nivel cercano al 0% de su capacidad total, se mantendrá así por no menos de un trimestre completo y su recuperación será muy lenta. La producción del sector, incluyendo bares y restaurantes, explica entre el 7% y el 8% de la producción total del país y emplea directamente a más del 7% de la población ocupada (más de 330 mil personas).
Además, su paralización está afectando otras actividades en la economía. Las compras que hace a actividades de servicios como comercio, transporte, telecomunicaciones y otras equivalen al 18% del valor de lo que vende y la de productos industriales representa más del 9%. En total, el turismo (hoteles, bares y restaurantes) compra en la economía el equivalente al 43% de lo que vende.
La construcción, una de las actividades más dinámicas en años recientes, es otro de los sectores que está paralizado en cerca de un 100%. Explica el 11% de la producción nacional y emplea a algo menos del 8% del total de personas ocupadas (350 mil personas). La construcción tiene encadenamientos muy intensos con el resto de la economía. Su paralización arrastra a la fabricación de productos de minería no metálica como pisos, baldosas y productos no metálicos, la industria de metales comunes (varillas), transporte y productos plásticos y químicos. La construcción compra a esos sectores el equivalente al 40% de todo lo que vende.
Las zonas francas es otro de los sectores con muy alto nivel de paralización. Produce más del 3% del PIB y emplea a 170 mil personas, casi el 4% de la población ocupada. Aunque su nivel de articulación con el resto de la economía es limitado porque compra pocos insumos locales, su paralización también afectará el nivel de actividad en general por la caída en el empleo y el consumo de bienes finales. Cuando el consumo final declina, arrastra hacia abajo principalmente al comercio, al transporte, a la industria de plásticos y al sector de energía, entre otros.
¿Quiénes serán más afectados?
Ninguna persona saldrá librada de esta crisis. Los menos afectados saldrán al menos con algún rasguño. Pero, como generalmente sucede en las crisis, quienes menos activos tienen, tangibles o intangibles, serán los más perjudicados. También son quienes menos se benefician de los períodos de bonanza. Esos y esas son quienes no tienen otra cosa que su fuerza de trabajo poco calificada, abundante en el mercado.
El centro de la crisis es el mercado de trabajo por lo que los más afectados serán las personas asalariadas en el sector formal, de relativamente bajas remuneraciones o empleadas en pequeñas empresas informales o trabajadores/as por cuenta propia.
También saldrán muy perjudicados los dueños de esos pequeños negocios.
Para muestra, un botón: sólo por efecto de las suspensiones laborales en el sector formal, que hasta el momento afecta a más de 600 mil personas, la tasa de desempleo ampliado en el país aumentaría desde 10% hasta 21%. Esa es una cifra sin precedentes en el país. A eso habría que sumar, al menos, los nuevos desocupados en el sector informal que han resultado de la paralización.
¿Se disparará el dólar?
No debería, pero en realidad no lo sabemos. El comportamiento de la “economía real” difícilmente dé para que se produzca una devaluación rápida. Aunque el mercado se está secando de divisas por la falta de ingresos de turismo y el declive de los ingresos por exportaciones, también la demanda debe estarse reduciendo notablemente. La paralización hace que las importaciones se contraigan, y ayuda mucho el desplome de los precios del petróleo. Esto debe neutralizar en parte el efecto cambiario de la falta de divisas. Además, el alto nivel de reservas internacionales es una fuerza que ayuda a contener las presiones en el mercado.
Sin embargo, una creciente percepción de que hay un alto y creciente riesgo para la riqueza denominada en pesos puede transformarse en una fuerza mucho más intensa que las de la economía real. Esto podría generar una presión devaluatoria difícil de contener en la medida en que muchas personas, en especial quienes más pesos tienen, dolaricen sus activos y saquen su dinero del país.
En síntesis: a) no sabemos cuándo terminará la crisis sanitaria, b) el efecto económico será muy severo pero no sabemos cuánto, c) algunas de las actividades más afectadas serán el turismo, la construcción y las zonas francas, y arrastrarán hacia abajo a otros sectores, d) las personas más afectadas serán los asalariados del sector privado, personas en la informalidad y en las Mipymes, y los dueños de pequeños negocios, y e) sólo el miedo (y no la economía real) podría generar una devaluación acelerada difícil de contener.