Una de mis amigas, médico, tiene una clínica patronato para personas de escasos recursos en la zona oriental desde hace unos 30 años y donde todos sus conocimientos y compromiso con la salud la llevan, como me señaló, a “ofrecer como nunca servicios de salud”. Durante las dos primeras semanas de cuarentena nacional, más que por ella misma, por la preocupación de sus familiares, decidió no abrir, situación generadora de mucha preocupación y hasta angustia por no colaborar en el momento que más necesitan ella y los especialistas que trabajan en la misma. Estos días de cierre provocaron en ella un sentimiento de incumplimiento a su compromiso hipocrático, pero sobre todo la vocación que ha tenido durante toda su vida, por lo que reabrió la misma.
A pesar de llevar todos los protocolos internacionales exigidos al sector salud, sigue siendo la profesión de mayor riesgo de contagio. Naturalmente, tiene un hogar en el cual cohabitan con ella dos personas adultas y su nieta de 7 años recién cumplidos (la reina esa casa). Me narra jocosamente la dinámica entre ellas, y es la siguiente: “Regresando a casa converso en altavoz con la niña, quien me hace énfasis cada día con la frase “¡Abu, avísame cuando llegues antes de entrar a la marquesina, para yo guardarme! Recuerda que tienes que ir directo a echar la ropa a lavar, bañarte y después saludarme, ¡para que no se me pegue el covid!”.”. Me recuerda y les recomiendo ver la película de 1997: La vida es bella.
Si bien es cierto que es altamente contagioso este virus, también lo es que, según los especialistas del área (infectólogos, neumólogos, etc.) el mismo se transmite por secreciones nasales y saliva, que puede entrar al cuerpo por boca, nariz o los ojos. Durante todo este proceso me he dedicado a analizar los daños psicológicos y psiquiátricos que está dejando el manejo de esta situación, a todas las edades, tan grandes o más que la enfermedad en sí. Hoy hago énfasis en los niños, y de manera particular un comercial de supuesta prevención transmitido desde el inicio, donde se responsabiliza a estos del contagio de los más vulnerables que son los abuelos. ¿Se han puesto a pensar cómo deben sentirse lo niños que lo ven o son tratados de esta forma, haciéndoles sentir ser una amenaza permanente? ¡Cuidado, mucho cuidado! Las consecuencias podrían ser irreversibles.