He sostenido como forma de vivir la importancia de estar bien con uno mismo acorde con sus propias ideas y convicciones, ya que a cualquier lugar que uno va tendrá que encontrarse con su propia persona. Esto me recuerda una expresión que, de pequeña solía escuchar, a través de una ancianita: “Trate de resolver su problema dentro de usted, ya que, por lejos que trate de huir, cuando llegue, le estará esperando el mismo problema sentado en una mecedora”.
Muchas veces nos descuidamos a nosotros mismos, intentando agradar y ser aceptados por los demás, sin embargo, lo más importante no consiste en querer encontrar los aplausos y aprobación de otros, sino primero ser aceptados y aplaudidos por nosotros mismos.
Cada vez se hace más difícil para todos el poder convivir o compartir con los demás, y esto se debe básicamente a las inconformidades y desacuerdos que mantenemos en la lucha interior.
Hace muchos años leí del autor Tomas Harris, su libro: “Yo estoy bien, tú estás bien”, donde precisamente, si nos preparamos para poder aprobarnos a nosotros mismos, puedes tener la convicción que, al mirar hacia los demás, verás todo con un mejor color.
Nadie puede dar aquello que no tiene, por tanto, es necesario mantener lleno nuestro interior, resolviendo nuestros propios conflictos, aprendiendo a efectuar nuestras propias demandas, y con ello, capacitarnos para poder, estando bien nosotros, estar bien con los demás.
Es propicio el momento para pasar revista y ver en uno mismo como individuo, hasta donde ha podido o no realizar metas interiores, a través de las cuales se pretende cambiar aquello que, se considera, interfiere en el logro de la búsqueda de su bienestar emocional.
¿Cuáles cosas necesitamos para poder manejarnos de manera sana y equilibrada? En primer lugar revisemos cómo estamos empleando el tiempo para nosotros mismos, desde que iniciamos el día al abrir nuestros ojos hasta que finaliza el mismo; en segundo lugar, cómo estamos viviendo nuestras emociones, hasta dónde tenemos el control de las mismas, siendo esto uno de los ingredientes esenciales en nuestras relaciones interpersonales; y, por último, solo uno mismo puede entender y saber, qué debe cambiar y qué mantener, aunque no necesariamente esté siendo aprobado por la mayoría recordando que vivimos tiempos donde a lo malo se le llama bueno y a lo bueno se le llama malo.