Les dejo plasmado tal cual recibí, este mensaje de una amiga autosuficiente, capaz, con doctorados, psicóloga y dominio de más de un idioma:
“Estoy bien en Dios. Sé que sólo Él puede permitir que, en medio de esta situación, me sienta gozosa. No es sólo el dolor, que ya de por sí es tremendo. ¡Nunca en mi vida había sentido un dolor así! Es como si te estuvieran rompiendo viva, te falta el aire, y la mente se dispara… literalmente me retuerzo del dolor. Pero no es esto lo peor: es que tu vida cambió de un día para otro. Dejé de ser la persona vitalista, independiente, autónoma, organizada, para convertirme en una persona vulnerable (porque cada momento depende de si tengo dolor o no, de si respiro bien o no), una persona dependiente para cosas tan tontas como agacharse a recoger un papel del suelo, abrir una gaveta bajita… ya no puedo tomar decisiones y simplemente hacer, ir, moverme, porque ni siquiera puedo manejar. Me he convertido en una persona que necesita ser monitoreada, porque la morfina hace que, teniendo la pastilla en mi mano, se me olvide tomarla. Que no recuerde cosas básicas para hacer… ¡a veces necesito a alguien cerca de mí para ducharme sin miedo a caerme! Si le sumas los cambios físicos: la quimioterapia acaba la piel, el pelo… trastorna las uñas…
¡De repente, el mundo cambió de color!
Por eso los médicos se quedan viéndome y me preguntan si no estoy deprimida. ¡Glorifico a Dios cada vez que les respondo un NO, con una sonrisa! Es un milagro cómo me he adaptado a “la nueva Ileana”. No comparo mi presente con lo que era antes.
Cada día aprendo a vivir con lo bueno que Dios me da. Y no miro lo que me falta o he perdido, sino lo que tengo y he ganado…
Gracias Dios por regalarme esa capacidad.”
Reflexionemos esta enseñanza para todos.