Como si el tiempo no hubiese transcurrido y se encontrara en su plena adolescencia, así fue el comportamiento de un grupo de amigos con los cuales tuve la oportunidad de compartir en casa de una pariente. Fui invitada a esa reunión porque, aunque solo en etapas de vacaciones, pertenecía a lo que ella llama amigos de infancia.

Las caretas, las poses, las simulaciones, no estaban presentes en ese lugar. Retomaban una y otra vez historias en las que ellos habían sido los protagonistas y sobresalía el orgullo de su participación en dicha obra.

Todos estaban relajados, nadie preocupado de cómo se ve, en ningún momento se habló de dinero, de moda, de viajes, marcas, ni de carros, ni de dietas; como si todos estuvieran necesitados de simplemente encontrarse y tener la hermosa oportunidad de compartir como amigos.

Creo oportuno, meditar sobre la necesidad que todos tenemos de comportarnos tal cual somos, con altas o bajas, éxitos o fracasos; a veces, con unos kilos de más, con arrugas que ya han aparecido, con canas que, aunque cubiertas por colores y no se ven desde afuera, están ahí.

En nuestra sociedad, sin importar clase social, inversa a este relato, parecería como si estuviéramos en pugna constante por querer ser lo que no somos, aparentar lo que no tenemos. Con lo que de manera permanente las personas viven sumergidas, sin darse cuenta, en situaciones estresantes.

No somos actores en una pantalla, en la que las vidas mostradas no tienen nada que ver con el personaje que las representa. Por el contrario, somos simples seres humanos diseñados de manera única y especial por un Dios creador, quien se esmeró en que cada uno de nosotros seamos únicos e irrepetibles.

He querido traer esta experiencia por ver cómo día a día nuestra sociedad se convierte en escenario de teatro y exhibición de familias a distancia virtual, donde la gran mayoría lleva filtros en sus fotos, y la opulencia que daña, más que a nadie, a tus hijos.

Aprovecho este tiempo de vacaciones escolares de tus hijos para recomendarles que visiten a sus familiares y a sus amigos verdaderos, esos que ellos ni saben que existen.

Quizás aquellos tíos donde disfrutaste los mejores momentos de tu niñez y adolescencia pero que bajo la influencia de tantas cosas te has perdido de su compañía.

Si hay algo que debemos dejar como un legado a nuestra descendencia es enseñarles a los hijos y mietos el valor de nuestros familiares y de aquellos amigos de infancia que forman parte de lo que hoy somos.
Ahórrate preocupaciones, y sin preocuparte por la edad, aprende a ser tú mismo.

Posted in Por tu familia

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