“Nadie sabe lo que tiene, hasta que lo pierde” es una frase repetida por generaciones en circunstancias adversas de algún tipo de pérdida, especialmente ante la partida de un ser querido o cualquier situación que lleve a mirar aquello (a veces objeto) que ya no está. Desde pequeños, aún en el lugar más recóndito de nuestra Isla, nos enseñan los valores patrios, morales y cristianos, trinomio con el que cada dominicano crece, desarrolla una personalidad con esto interiorizado para su vida. Basta que alguien manifieste opiniones en contra de nuestro país cuando estamos fuera de él, para que de manera inconsciente y automática salga ese sentimiento patriótico que llevamos dentro. Conversando esta semana con un joven profesional que trabaja en este momento en un país lejano, hablando a cerca del mes de la patria, expresó lo siguiente: “Tengo colocada nuestra bandera sobre mi escritorio donde quiera que me establezco”. Mi hija, hace unos años asistió a un congreso Cristiano, donde habían decenas de miles de personas congregadas de diferentes lugares del mundo en Sídney, Australia. En dicho evento, desde la tarima, pidieron levantar la mano por país en un momento dado, y que cantasen su himno. Del nuestro había 5 personas, ella y otra compañera se pusieron de pies a cantar, y de manera unánime, entre todos los demás, el que impactó provocando una algarabía de aplausos fue El Himno Nacional Dominicano. Esto es representar y dar a conocer quiénes y qué somos como nación. Ser un verdadero patriota es similar a un buen hijo, quien, por cuidar el nombre de sus padres y familia, recuerda siempre en su accionar si lo que hace los avergüenza o enorgullece. En mi caso particular, nunca había observado como hoy, al extender mi mirada hacia las grandes naciones y su desarrollo, hasta dónde, lo que por siempre ha sido visto como atraso, sin con esto querer dar a entender que crecer y desarrollarse no es la meta hasta de manera personal, a la fecha nos ha servido a que imposiciones foráneas y su transculturación son detenidas por ese sentimiento expresado anteriormente, que es, sin armas en la mano, de manera pacífica cuidar nuestra sociedad, de manera especial todo aquello con lo que se intente dañar o siquiera salpicar en deterioro de las familias. Como madre, tengo un eslogan de vida: “Oféndeme a mí, pero no a mis hijos ni mis nietos”. Esta misma postura sé que asume la mayoría una vez se intenta violar lo que con las vidas de Duarte, Sanchez y Mella se defendió, quedando incrustado en nuestra bandera: “Dios, Patria, Libertad”.