Mientras caminaba en el parque en esta semana, escuché a uno de los policías del ayuntamiento decirle a otro: “Deja ese odio, que a ti es quien hace daño”. Les interrumpí reafirmándoles (eran cuatro), con una frase que he mencionado desde este espacio en más de una ocasión: “Quien lleva rencor hacia otro u otros (ya que muchas veces este sentimiento se generaliza en la propia sociedad), es como tomarse un veneno y sentarte a esperar que ellos que están ahí contigo mueran”. No solo asentaban con sus cabezas, sino que otros que estaban en el entorno también se unieron, tiempo que aproveché para en pocos minutos alertarles de las implicaciones en su salud física, especialmente en enfermedades como el cáncer y otras tantas, como secuelas de este. Lo que generó, de forma unánime, una serie de manifestaciones de interés, y por sus expresiones no verbales, fue de gran impacto, terminando estos dándome las gracias.
Sentimientos de este tipo son tan dañinos que quien los lleva y experimenta suele entrar en negación de esto, afirmando por lo general cosas como: “No odio, pero para mí murió”; “No le guardo rencor, pero jamás le dirigiré la palabra”. Lo peor de todo es cuando dentro de los miembros de una familia que cohabitan bajo un mismo techo mantienen permanentemente rechazos y barreras que parecen murallas, las cuales crecen día tras día. Se ofenden verbalmente y hasta físicamente, se enemistan entre sí, incluyendo los padres, haciendo de esto un estilo de vida hostil, irreverente, y se malacostumbran a gritos y miradas desagradables. ¿Qué esperamos de individuos de este tipo, donde el respeto y consideración dentro de su misma casa no existe, cuando salen a las calles? ¿Cómo esperar respeten un policía, un guardián, su jefe o a cualquier persona con la que interactúen, sin que salga en algún momento ráfaga de lo que es su costumbre? ¿Y cuánto menos un credo, valores patrios, o las mismas leyes? No hay forma de que lo hagan. Así como el ejemplo con el que iniciamos, cada uno de nosotros como dominicanos, debemos unirnos y trabajar tanto de forma individual como grupos de iglesias, escuelas, clubes, e iniciar en esta etapa que vive nuestra sociedad y el mundo a aportar hacia reglas y normas de buena educación, respeto al derecho ajeno, y sobre todo hurgar internamente de que parte estoy cojeando y de qué manera me puedo enderezar. “La suave respuesta aparta el furor, Pero la palabra hiriente hace subir la ira”. (Proverbios 15:1).