“Tengo cuarenta años y recuerdo que jamás en la vida se podía irrespetar a un profesor y mucho menos esto ser apoyado por mis padres”, “Yo sesenta, y a nuestros maestros había que respetarlos hasta en la calle y verlos como tales”, “Yo como papá, nunca les quité autoridad a los docentes de mis hijos, al contrario, siempre fueron mis aliados para la buena educación que hoy les he dado, y valores morales y cristianos”.

Estas y otras tantas conversaciones son hoy el centro ante los eventos de irrespeto y violencia que acontecen en los centros educativos del sector público, protagonizados en ocasiones por niños que no pasan de 12 años como hablamos en días pasados. En los colegios privados, estas cosas no pasan, sin embargo, los directores y profesores son sugestionados, porque hay que cuidar como pétalos de rosa a la hora de corregir cualquier actuación inadecuada o inapropiada de parte de los niños.

Viví una experiencia que nunca olvidaré en la graduación de bachiller del hijo de una persona de suma importancia en ese tiempo en el sector público, quien dio las palabras de agradecimiento, donde resaltó que por su papel en la sociedad el cual le robaba mucho tiempo, si no hubiera sido por esas mujeres, específicamente una en particular que mencionó, que fueron la base principal de apoyo para que ese día su hijo saliera con máximos honores y sin faltas disciplinarias durante todo su recorrido en ese plantel.

Voy más lejos, soy del interior, y cuidado con los vecinos de atreverse nadie a faltarle el respeto a uno, incluso pareciere como si estos sintieran un deber de velar por nosotras, éramos dos, mi prima y yo, que íbamos siempre juntas al colegio caminando dos kilómetros tanto de ida como de regreso, felices y contentas porque veníamos en grupo y se iban quedando según la distancia.

Como terapeuta de conducta, psicólogo clínico, siento responsabilidad y compromiso de aportar y orientar a los padres en este tiempo, donde como nunca las malas informaciones llegan a las propias manos de sus hijos aun en edades hasta de dos y tres años, las cuales tienen como base principal incitar a la violencia, odio, desafío y egocentrismo.

Ese país con violencia intrafamiliar, callejera, entre parejas y hasta infantil podemos transformarlo en esa nación de la que todavía nos queda tanto comparada con otras admiradas por ser “desarrolladas”. Está en nuestras manos, con solo dar ejemplo donde te encuentras, sin importar edad, y no quejas. Empezando dentro de la familia, núcleo de toda sociedad.

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