Nunca podré olvidar, un 5 de enero, regresando de hacer entrega de juguetes a niños de un campo de Baní, función que realizo con un pastor y su esposa desde hace años, y pasamos un gran susto. Justo al llegar al peaje conduciendo mi vehículo en el que veníamos cinco personas, un autobús repleto de pasajeros se nos abalanzó encima, de forma tal que, gracias a una buena respuesta reflejo de mi parte, me tiré casi sobre un muro para que no nos aplastara. Y lo peor de todo fue la sonrisa burlona del conductor de aquel transporte que hacía parecer como si el inminente peligro le hubiese producido un gran placer. Pero, unos minutos antes, en el mismo tramo, vimos un motorista tirado en el pavimento a causa de un accidente que acababa de tener. Los accidentes de tránsito en República Dominicana ocupan, semana tras semana, espacios en nuestros medios de comunicación, con lamentables pérdidas de vidas y, aun con los esfuerzos que están realizando las autoridades competentes, sigue siendo una de las principales causas de muerte que se dan día a día. En ocasiones anteriores he hecho mención de que una persona con un volante en la mano es alguien que, si no tiene la salud mental y condición emocional adecuadas, representa un peligro inminente, tanto para sí mismo como para los que transitan a su alrededor. Voy a hacer énfasis en los choferes de vehículos pesados y públicos, motivada por la tragedia que ocurrió en una vía en Punta Cana en fechas recientes y otros posteriores a este, todos funestos, precisamente por la imprudencia y falta de responsabilidad del conductor. Pero, son muchos los accidentes que diariamente son provocados por desafíos de estos individuos que se olvidan y pareciera que el tamaño del vehículo que conducen les hace sentir que son dueños de nuestras carreteras. El derecho a la vida es algo que nos asiste a todos. Sin embargo, cuando miro cosas como estas me pregunto si verdaderamente se está respetando. No es suficiente con que estos choferes pasen un examen práctico, teórico, oftalmológico y físico. Es vital someterlos a una evaluación rigurosa y exhaustiva de la condición de su personalidad y de su estado emocional por psicólogos, psiquiatras y especialistas en la materia. Los accidentes provocados por estos individuos son actos tan criminales como el que toma un arma de fuego en sus manos para terminar con una vida. Antagónicamente no podemos dejar fuera a los motoristas, los cuales son tanto víctimas como victimarios, que atraviesan nuestras calles como suicidas.