Unos años atrás, tuve la oportunidad de dirigir un proyecto a través del cual pude compartir de manera directa con personas de estratos económicos muy bajos, donde a veces su pobreza era tal que rompía los límites de la misma pobreza. Hablar de pobreza desde el punto de vista estadístico, describiendo niveles de esta y datos que arrojan cifras, es totalmente diferente a cuando se habla de ellos como individuos, seres humanos con tanta riqueza interior que, en ocasiones, basándome en aproximadamente un año que compartí semana tras semana con éstos, pienso: “¿Quién es más feliz?”
Mi pastor suele repetirnos la frase: “Hay ricos que son tan pobres, tan pobres, que solo tienen dinero.” Y yo, la transformo en “Existen pobres, tan ricos, tan ricos, que lo único que les falta es dinero.” Esto último parecería incoherente; no obstante, si te sientas a analizarlo, entenderás que es una gran verdad. Adquirí de ellos conocimientos y enseñanzas que quedarán en mí toda la vida, los cuales aproveché cada vez que regresaba a mi casa y transmitiéndolos a mis hijos. Dentro del aprendizaje, uno de los más relevantes fue la solidaridad. El proyecto, que era de cambiar pisos de tierra por pisos de cemento a miles de familias, necesitaba mano de obra, ayuda logística gratuita, y ellos trabajaron ayudándose entre sí como si consiguieran la mejor paga económica. El gozo era tan grande, la alegría, cada vez que se beneficiaba alguno, que parecían hacer fiestas en celebración. Pero, la más importante de todas es ver cómo en medio de tanta necesidad económica, estos hermosos seres humanos querían desprenderse del escaso alimento que tenían para el día y ofrecérnoslo a nosotras.
La verdad es que todavía con frecuencia me llaman para darme las gracias y preguntarme que cuándo regreso. Pero, quien vivirá eternamente agradecida de todo lo que recibí junto con mi equipo soy yo, ya que a pesar del hacinamiento en el cual vivía la gran mayoría, encontré pocas conductas depresivas; y, por el contrario, encontré hombres y mujeres llenos de sueños, esperanzas y repetitivo agradecimiento a Dios. Aunque siempre he sido solidaria (creo que es mi mayor virtud), es a partir de aquí cuando entiendo porqué hay personas que dedican sus vidas al servicio de los demás.