Opinólogos de toda laya creen que, porque en los Estados Unidos, Francia -no tanto-, Guatemala y recientemente en Brasil, se coronaron candidatos anti-partido e híbrido -como Jimmy Morales y Jair Bolsonaro- el fenómeno puede extrapolarse a otros países, incluso el nuestro, obviando especificidades sociopolíticas, electorales, u coyunturales que facilitan o no la coronación de un determinado proyecto político-electoral.
Para ilustrar, habrá que fijar, como premisa, dos causales que han facilitado el referido fenómeno (países desarrollados vs. subdesarrollados): una, que, en estos casos, se ha impuesto, desde mi punto de vista, los aspectos subjetivos más que los objetivos (Estados Unidos y Brasil, son ejemplos patentes: vieja tradición democrática –pero, con crisis-ausencia de liderazgo-político tradicional (Trump, hizo añico el liderazgo “emergente” demócrata-republicano)-, y por otro, crecimiento económico, mas disminución de la pobreza; Brasil –pero…, descrédito-político y corrupción-); y dos, donde los partidos tradicionales son referentes electorales, aún con déficits de democracia interna y descrédito de su clase política, no se ha genera, a corto plazo, el fenómeno.
De modo, que no basta que estén dadas las condiciones objetivas para que el fenómeno, como onda expansiva, se dé en un país determinado. Ello así, porque los fenómenos sociopolíticos surgen-afloran a partir de ciertas condiciones -objetivas-subjetivas- especificas -sine qua non-, para generar crisis-rupturas en una determinada coyuntura sociopolítica-lectoral ya dentro de un sistema histórico-establecido; o dando un salto (una revolución). Y esto último, no se ha dado ni en los Estados Unidos, ni en Guatemala, ni mucho menos en Brasil.
A grosso modo, se trata de vuelcos-giros político-ideológico-electorales –derecha-izquierda-ultraderecha-; eso sí, con matices populistas, anti-migrantes, racistas-fascistas- xenófobos, o de respuesta-castigo al descrédito universal de la clase política, fenómeno que Moisés Naím ha examinado con certeza (El fin del poder).
No obstante, a favor de esas voces agoreras, en nuestro país, como en otros, se están creando las condiciones objetivas-subjetivas para que, tarde o temprano (por posposición de reformas-pendientes), irrumpa un fenómeno sociopolítico-electoral como el que se ha presentado en Brasil y Guatemala.
Sin embargo, a estas alturas, no asoma ese líder (outsider). Quizás, por dos razones básicas: 1) aún los partidos tradicionales siguen siendo referentes electorales –y, en esa dinámica sociopolítica-electoral, se conjuga una extraña simbiosis (algunos periodistas-opinólogos, “políticos de la secreta”, hacen oposición política disfrazada de “opinión pública”; mientras otros, contrarios, son “bocina”-mediáticas)-; y 2) porque en el liderazgo nacional se da lo que he llamado una curiosa atipicidad política-electoral centrada en dos líderes de un mismo partido; y en menor medida, la gravitación, desordenada, en la oposición, de un atípico-impredecible y de otro poco empático.