Cierto que la interrogante podría remitirnos al 2016, pues Hillary Clinton ya venía bastante maltrecha después del ataque y asesinato del embajador Christopher Stevens -2012- en el consulado en Bengasi; y ese punto de inflexión marcó, en cierta forma, su derrota. Aunque ahora hay matices diferentes: un presidente que luce improbable de ganar su reelección y un expresidente aspirante que, más que otra cosa, refleja no tanto lo “peligroso” que sus adversarios alegan -que desde otro ángulo alcanza a Joe Biden- sino la crisis de liderazgos o relevo de ruptura en ambos partidos. Aspecto, este último, que no se trae a colación en los análisis o crónicas periodísticas sobre los hilos explicativos de los dos cuasi octogenarios candidatos -Donald Trump está a dos años- que se disputan el poder.
Sin embargo, centrar el análisis en ese aspecto -crisis de liderazgos en ambos partidos-, sería como obviar otros más fácticos y en juego: a) la geopolítica o la expansión global que tanto fascina a Putin, b) decadencia de USA como potencia, c) fragmentación universal del poder -hasta los ciber-delincuentes tienen su cuota-, d) influencia de la tecnología y redes sociales; y e) suplantación de lo comercial ante la ideología -pero, ¿quién se acuerda de esta última?-. Quizás ni los chinos en su capitalismo-dictadura.
A partir de esa macro realidad uno puede entender que el outsider de Trump no anda tan lejos cuando viendo la decadencia de la democracia más influyente de nuestro hemisferio y del mundo, vocifera: cada vez más USA se parece, en materia de política doméstica y elecciones, a su traspatio (Latinoamérica).
Entonces, el problema aquí no es si ya Trump ganó -eso, hasta ahora, es crónica de una victoria anunciada-, sino cómo hacer resurgir un liderazgo, en ambos partidos -demócrata y republicano- que pueda ser capaz de re-situar a los Estados Unidos y su democracia en un modelo a seguir, sí sabemos que muchas de sus instituciones, como justicia y contrapeso de poderes, aún funcionan y prevalecen por encima de los actores políticos y fácticos. Y eso tiene un significado y atractivo respetable, ¿o no?
De modo, que el problema, desde nuestra óptica, no es que gane Trump o que improbablemente Biden se reelija, sino que Estados Unidos recupere equilibrio hegemónico universal y que el repliegue geopolítico-comercial y desvalorización de su moneda se replantee, no ya como una potencia árbitro, pero al menos como una decisoria y de consensos en los centros hegemónicos de poder más allá de su poderío bélico u otrora mote “policía del mundo” (que, dicho sea de paso, ya no va, si no que, por interpósita instancia multilateral, va a Haití obviando el estrepitoso fracaso Minustah-2004; y quizás, ahora, en el contexto conflictivo-episodio de maras y lucha por control de poder político-territorial, las ondas expansivas hacia la parte oriental de la isla).
Otros asuntos, gravísimos, son la pobreza interna, discriminación basada en estereotipos étnico-racial, sistema educativo deficiente e impostura de una agenda de género -más que otra cosa, estandarte demócrata-; y por último, como hacer de la seguridad pública y sanitaria-mental una prioridad, pues una democracia también se mide por su sistema de salud, educación y seguridad pública.
Un último aspecto, es el obsoleto sistema electoral como se evidenció en 2020. Ahí hay un “arroz con mango“ que habría que encarar o reformar, pues una norma que ya evidencia grieta de credibilidad y poca garantía de efectividad no debe prolongarse o perpetuarse a merced de intereses políticos.
Y para finalizar por dónde empezamos: ¿por qué no es solo Biden vs. Trump? Sencillo, porque solo son la punta del iceberg.