No hay dudas: desde hace un tiempo las firmas encuestadoras de prestigio han perdido credibilidad pública, unas veces por el cotejo de los datos al hacer la presentación periodística, otras por ciertos sesgos tendenciosos; y, finalmente, por la proliferación de las llamadas de “sastrería” -a la medida de quien las paga-. De estas últimas, el actual Gobierno ha hecho más que un relajo (en procura de crear percepción pública inducida) un festival aderezado con publicidad estatal atosigante que ha dejado a más de un medio, en cualquiera de su modalidad, en modo de mutis o de evasión deontológica donde un título es “noticia” y el contenido una aproximación que nadie lee; aunque, si se lee, podría salvarse algo o encontrarse verdades a medias… o también peor, la confirmación de la más grosera manipulación mediática.
El ejemplo que mejor ilustra el caso de las firmas encuestadoras, es el de la Gallup que otrora publicaba el periódico Hoy y que todos sabemos cómo terminó aquella tradición de apego al cotejo y presentación de los resultados. Desde aquel incidente o mudanza, el vuelco y pérdida, de crédito o reputación científica-metodológica, ha sido constante y decadente, independientemente de aciertos y errores en la muestra y presentación.
Mas sin embargo, el punto álgido de ese declive o falta de credibilidad -en el mercado de firmas encuestadoras- se puede medir en el contraste de los dos últimos estudios sobre preferencia electoral: Gallup-RCC Media versus Horizon Research LLC, pues sus lecturas nos exponen dos relatos o realidades distintas; y más que ello, una disonancia empresarial que, claramente, se niega, como oligopolio periódico, a replicar el relato oficial, y por otro lado, rompe el marketing u objetivo supremo político-electoral palaciego: negar el imaginario o posibilidad de una segunda vuelta o balotaje y, lo más sensitivo-estratégico, la idea, artificiosa, de lo invencible (Abinader-reelección).
No obstante, la noticia, aquí, ya no es la encuesta o la disonancia, sino el actor o el propietario que la sustenta quizás por apego deontológico o corajudamente porque puede resistir el ahogo o castigo publicitario estatal del que pocos medios quieren dispensar a un precio que sabrá Dios.
Por supuesto, ya de entrada tal hallazgo o contraste, entre los dos estudios o muestras recientes, es una mella que resiente mucho el relato palaciego, y, de alguna forma, podría significar un contrapeso político-electoral y periodístico que quizás equilibre y salve los derroteros de una prensa que se nota, con sus contadas excepciones, cooptada por una administración que ha sentado precedentes, y hasta incógnitos, en materia de presupuestos de publicidad estatal. Y si a ello sumamos el mercado persa de febrero pasado y el mutis, retiros o exilio dorado de otrora voces críticas de conspicuos “hacedores de opinión pública” -que hicieron de la plaza de las banderas una pasarela política-electoral-, sabremos hasta qué punto andamos en materia de prensa libre y mercado político-electoral al mejor postor (nada nuevo, solo que ahora como que se les fue la mano con nombre y apellido. Quién lo iba a creer….).
Definitivamente, se podrá estar de acuerdo o no con uno de ambos estudiosos o resultados -y los escenarios que proyectan-; pero eso no quita que “algo huele mal en Dinamarca”. Y eso, si preocupa.
En fin, y por fin, alguien le pone coto al relato o narrativa palaciega -en otras palabras, Vengoechea ya tiene quien le escriba-.