Algunos de los vicios que afectan a nuestra sociedad son la falta de responsabilidad y doble moral con que muchas de nuestras autoridades y líderes políticos manejan los temas nacionales.
Esto se refleja en la aprobación de nuestras leyes, lo que ha provocado que vivamos en un Estado de reglas que dista de ser un verdadero Estado de Derecho, muchas de las cuales son dictadas por pura demagogia o aprobadas únicamente para generar más puestos públicos para repartir, sin tomar en cuenta las consecuencias que se derivan, como dejar demarcaciones sin cortes judiciales o lugares para dar sepultura a sus muertos.
Esto se ha vuelto una espiral negativa, pues como no se legisla con la determinación de cumplir la ley, la profusión legislativa es cada vez mayor, lo que no solo hace más complejas las actividades productivas y ciudadanas, sino que deriva en contradicciones entre leyes y profundiza la desigualdad ante la ley.
Si la doble moral y los intereses coyunturales no primaran, no tendríamos que estar sometidos al vaivén de la regulación de la reelección, lo que sucede es que cada modificación constitucional no se ha hecho con la real intención de cumplir con la modalidad acogida, sino de acomodar el interés de quien al momento ostenta el poder. Si los principios cardinales de nuestra Constitución fueran realmente asumidos y no simples intenciones, los poderes y órganos fundamentales del Estado operarían de forma independiente y no como marionetas de quienes los designan, las fiscalizaciones serían ejercidas por los órganos de control y las sanciones a las faltas cometidas serían aplicadas.
La falta de sinceridad erosiona la confianza en las instituciones, desvirtúa el imperio de la ley y crea graves distorsiones. Ejemplos sobran, como es el caso de la descentralización que ordena la Constitución, pero que en la práctica el gobierno central hace lo contrario, ejerciendo cada vez más funciones que no le corresponden a través de algunos ministerios, organizando programas y dotándolos de recursos para ejecutar atribuciones de los gobiernos locales, en vez de asignarles a estos los fondos para que ejecuten íntegramente sus funciones conforme con las necesidades de sus municipios, y en vez de transferirles la recaudación de los tributos que deberían corresponderles siguen apostando a eliminarles fuentes mediante nuevas propuestas legislativas, lo que provoca asimetrías en la distribución de los recursos y aumenta el paternalismo presidencial.
La doble moral se viste de populismo jugando a la polarización, por eso algunos funcionarios y líderes políticos intentan apañar la complicidad del Estado en la inmigración ilegal haitiana con falsos nacionalismos, o asumen poses de supuesta defensa de derechos para granjearse simpatías con sectores, como el de las domésticas, quienes lo que necesitan es mejores servicios públicos y más oportunidades, y no regulaciones absurdas que nada resuelven. Hagamos conciencia de que, si queremos que los problemas del país puedan resolverse y no continuar agravándolos y creando distorsiones para acomodar intereses políticos de turno, debemos desenmascarar la doble moral, rechazar el populismo y exigir verdaderas soluciones, las cuales solo pueden venir de la mano de un debate sincero de la agenda nacional, una aplicación estricta de la ley y un riguroso régimen de consecuencias.