Por décadas he sido un crítico duro y abierto de nuestra partidocracia -sobre todo, de sus jerarquías (incluida la del partido al que pertenezco)-. Igual, he sido un crítico de lo que el extinto periodista Rafael Molina Morillo llamó, con toda certeza, “políticos de la secreta”; además de las modalidades de “periodistas”-bocinas -pro-oposición o pro-gobiernos-; y, por supuesto, del “periodismo” de peaje o payola tan recurrente de funcionarios gubernamentales -de todos los gobiernos (post-Gobierno-1963)-. Ese doble fenómeno -político y de prensa- ha sido una degradación y un flaco servicio a la democracia y a la institucionalidad que se debe prevalecer por encima de cualquier interés corporativo, “profesional” o político.
Sin embargo, siempre he sido un defensor, intransigente -diríamos, a rajatabla-, de la libertad de prensa y de aquellos periodistas -¡que los hay!- apegados a una deontología inclaudicable; y desde el ámbito de la política partidaria, de la democracia interna de los partidos, y, en consecuencia, hemos criticado la suplantación orgánica-institucional o suerte de caudillismo-hegemónico de sus jerarquías, al punto que ya los “partidos” no someten o informan nada al debate o consideración plural-horizontal y transparente de sus miembros. En conclusión, estos últimos -los partidos-, han devenido en maquinarias electorales -mesas-bazar replegables- o empresas de claques jerárquicas -cuasi inamovibles o vitalicias- donde lo doctrinario-ideológico, pluralidad y posición de minorías importan un carajo, pues, en mayoría, el pensamiento crítico y la refrendación consultiva, del todo orgánico, paso a peor vida. ¡Los “líderes”, jerarquías y caudillos se han elevado por encima de la institucionalidad democrática!
A ese fenómeno, en los partidos, lo he sintetizado como el triunfo cotidiano-orgánico de la “escuela” del Balaguer-déspota “Padre de la Democracia”, sin que, siquiera, los partidos emergentes escapen a esa negación de lo que debe ser un partido político -espacio para el debate, critica, autocritica, transparencia y refrendación universal-. En fin, los comités políticos, comités centrales, comisiones ejecutivas, directorios u otras instancias partidarias, en la práctica, han devenido en estatutos, batutas y “constituciones” de esos “aparatos”. ¡Todo se decide arriba! ¡No leen que la sociedad y el mundo, y hace rato, cambió!
Y es tan grave el asunto, en el caso de los partidos, que, bajo subterfugios -argumentativos insostenibles- se arrogan la autodecisión jerárquica, sin consulta plural e informada, al todo orgánico, sobre propuesta-reformas (como las que ha sometido el actual presidente). ¡Algo de simple derecho ciudadano!
Y en el caso de la prensa y un ala-degradación, es un coto-“empresarial” que ha hundido en el descrédito público a no poco “periodistas” y, de paso, proyectando una parte nociva de una profesión que, como los partidos políticos, son piezas-eslabones vitales e indispensables en toda sociedad abierta y democrática. Consuela que, en los partidos, pero, sobre todo, en la prensa, haya entes críticos, constructivos y, sobre todo, apegados a una ética insobornable sobre su rol: denunciar, escrutar e informar, a todo riesgo, lo que sucede, padece o haya que decir….
Afortunadamente, esa determinación política y ciudadana, a la larga, hará salvar y preservar partidos y prensa libre…. (será cuestión de tiempo, y no muy lejano). Mientras, están las redes sociales -pulmones ciudadanos, a pesar de noticias falsas, ciberdelincuentes, campañas sucias y anonimatos perversos-, actores políticos íntegros -medularmente democráticos- y medios periodísticos que no han perdidos su esencia-rol.
¡A ellos apostamos…!