“Poesía patriótica en Santo Domingo” es el título de un pequeño ensayo del portento de la investigación histórica nacional: Emilio Rodríguez Demorizi. En este texto, el destacado bibliófilo dominicano argumenta que ya desde “los lejanos tiempos de la Colonia, desde que el amor a la tierra nativa comenzó a florecer en el corazón de nuestros antepasados, nació la poesía patriótica en la Isla Española”. Y establece que este sentimiento “aún informe e impreciso” nace “por encima de la hispanidad, en la incipiente poesía colonial”, afirmando que desde esa época nacieron “los primeros gérmenes del sentimiento de la nacionalidad”.
Y aquella primera poesía satírica, de corte social y político, si bien era dirigida “contra la ineptitud de las autoridades, contra la lenidad de la Real Audiencia”, contenían ya, cual ser vivo, “el amor a la patria (y) el ansia de mejor destino” para la misma.
Luego de unos párrafos y citas sobre la colonia, Rodríguez Demorizi avanza algo más de un siglo en su narración y nos cuenta que para 1763, “ya comienza a popularizarse el gentilicio dominicano” y que un “olvidado versificador Luis José Peguero recogió en patriótico romance las gestas de los nativos de la Isla, de sus tremendas luchas contra invasores y piratas. El título de la extensa composición lo expresa todo: Romance en que se dice que los valientes dominicanos han sabido defender su Isla Española”. Peguero, banilejo, en su romance afirma, como muestra de heroísmo nacional: “…que son pocos y nosotros//moriremos por la patria!”.
El final del romance es de firme actitud de rebeldía: “que aunque los viejos han muerto,// mucha gente hay reforzada// de grande pujanza y bríos,// que de reñir tienen gana:// y esperárnoslos por horas// para matar tanta canalla…”.
Más adelante, tras la cesión de la parte Española de la Isla a Francia, luego del Tratado de Paz de Basilea, de 1795, un letrado llamado Muñoz del Monte escribiría un poema titulado: “Lamentos de la Isla Española de Santo Domingo”, los cuales, según Menéndez y Pelayo eran “muy malos pero muy patrióticos”, en el que se reprochaba al “Rey que autorizó la infausta cesión, (y) se trasluce el sentimiento de la dignidad nacional ofendida”: “Lloro yo mi suerte atroz,// pues me veo en un instante,// a la que era tan amante,// sin Rey, sin norte y sin Dios”.
“La torpe e ingrata cesión”, afirma Demorizi, motivó también al genial improvisador Meso Mónica: “El diez y ocho de octubre// las cuatro el reloj tocó// y en un bando me descubre,// que ya el rey me abandonó”.
Y más adelante agregra, como si fuera la Ciudad Primada que hablara: “Día y noche lloraré// esta suerte desdichada,// huérfana y desamparada// en pocos días seré,// y a mis hijos los veré// salir a peregrinar,// y tantísimo llorar// que en un mar me anegaré”.
Algunos años más tarde, según el autor, “el Padre Vásquez, -poco después será víctima de la saña haitiana, morirá quemado en el altar de su propia iglesia en Santiago -, compendia todas esas vicisitudes en una célebre quintilla: “Ayer español nací,// a la tarde fui francés,// a la noche etíope fui,// hoy dicen que soy inglés;// ¡No sé qué será de mí!”.