Los seres humanos tenemos la tendencia a prestarle atención a lo negativo y a reaccionar con pesimismo ante cualquier acontecimiento inesperado. Es como si hablar en positivo nos hiciera parecer intelectualmente inferiores, o poco informados.
El profeta del mal es más admirado que el “ingenuo” que afirma “todo estará bien”.
Pero si nos vamos a la realidad de los hechos, deberíamos ser más optimistas que pesimistas. Porque a lo largo de la historia nuestra calidad de vida no ha hecho más que mejorar. Vivimos más tiempo, somos más saludables, y hay menos guerras y más libertad, para la mayoría de los habitantes del planeta.
En su libro Psicología del dinero, Morgan Housel menciona este ejemplo para ilustrarnos cuán así es:
“Si justo después de las bombas de Hiroshima y Nagasaki a los japoneses se les hubiese dicho: ‘Ustedes ahora están derrotados, destruidos y hambrientos, pero en pocos años serán una de las potencias económicas del mundo, disfrutarán de una calidad de vida envidiable, serán los líderes de la innovación tecnológica y el que les tiró esas bombas será su aliado comercial’, lo hubieran interpretado como una broma de mal gusto”.
Y sin embargo, así sucedió.
¡Como también sucedió que el hombre pudo volar! A pesar de que había sido descartado como imposible por toda la prensa seria del momento. Incluso cuando ocurrió, muchos creyeron que fue un truco visual.
Esta tendencia a prestarle atención a lo malo… y a hablar en términos catastróficos sobre el futuro, ha incentivado a los grupos de poder a exagerar en los medios lo negativo. El miedo que logran esparcir es su mejor aliado para tener más poder aún. Tanto es así que raras veces se ven noticias esperanzadoras en las primeras planas. Siempre se trata de advertir sobre grandes peligros y resaltar lo que no funciona.
El hecho de que lo muy malo suele suceder de golpe y porrazo, de manera trágica y muy destructiva… y lo bueno se construye y acumula poco a poco, silenciosamente, a través del tiempo… contribuye también al poder del pesimismo.
El mercado de valores es un buen reflejo de esto. La mínima noticia negativa puede provocar un descalabro… y no se le hace caso al que invita a la calma y dice: “paciencia… los baches son normales pero al final el mercado se ajusta y crece”.
Es así como piensan los inversionistas exitosos, que no salen huyendo a vender sus acciones como todo el mundo en pánico, porque confían en el cambio para mejor. La historia les ha enseñado que nada es tan malo como se vende al principio, que los problemas se corrigen, que los retos motivan la creación de soluciones, que la tecnología nos sorprende.
Son optimistas sin la ingenuidad de creer que todo estará perfecto. Simplemente entienden que las cosas a la larga van mejorando… independientemente de las experiencias adversas que haya que enfrentar. Aceptan que no controlan el futuro, que todo envuelve un riesgo, que no pueden predecir el mercado de valores como si fuera un proyecto físico, porque carece de su precisión matemática y envuelve la volatilidad de reacciones emocionales de seres humanos muy distintos.
Aun así apuestan a ilusionarse, abiertos también al factor suerte, que muchas veces, por encima de predicciones y planes, define el destino.