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República Dominicana, en el plano político, vive una etapa “muy especial”. Podría decir, en forma categórica -y hasta entrar en debate con los más agudos polítólogos- que nuestro país atraviesa por una etapa decisoria respecto al futuro de su democracia.
En este artículo no busco meter “medo”. Y mucho menos llevar incertidumbre a dirigentes y líderes de los partidos y organizaciones que norman el espectro del quehacer político nacional.
Como periodista profesional en ejercicio, trato de emitir opiniones que creo son orientadoras y cuyo principal objetivo es ver concretado el saneamiento de la sociedad dominicana y que sus entes cívicos, sin importar los criterios políticos e ideológicos, trillen el sendero más adecuado (y con reales ribetes democráticos) que favorezca fundamentalmente a las grandes mayorías nacionales.
En los últimos dos años, a raíz de la producción de mi libro intitulado Periodismo…cuando la verdad no sea distorsionada, no he parado en exponer mis ideas a propósito del papel que deben jugar los medios noticiosos locales a favor de una auténtica y sólida democracia en República Dominicana. Y no desmayo en seguir por ese camino.
El Colegio Dominicano de Periodistas (CDP), que desde hace unos once meses preside el profesor Adriano de la Cruz, está obligado a jugar un rol eficiente en ese tenor.
Leí un trabajo del veterano periodista Miguel Franjul, director del periódico Listín Diario y vicepresidente regional de la Comisión de Libertad de Prensa de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) para República Dominicana. Su enjundioso artículo se concatena con lo que abogo en favor del ejercicio del mejor periodismo.
Aquí algunas líneas del artículo de Franjul: “La prensa independiente, profesional y responsable, ha sido el escudo para el mantenimiento de uno de los más sagrados atributos del ser humano: la libertad de pensamiento y expresión de las opiniones, insumos fundamentales de todo estado de conciencia que guíe el proceder y las decisiones de los ciudadanos”.
El periodismo dominicano está, además, en el deber de vigilar, y con mucho celo, el trabajo que realizan sus miembros. Pero, además, estar con “ojo avizor” al tiempo de observar -siempre- el accionar del liderazgo político nacional.
Un débil liderazgo (político), como el que a veces constatamos en los medios de comunicación, es sumamente peligroso para la estabilidad de una sólida democracia.
¡Los periodistas tenemos que ser firmes vigilantes ante esa realidad!