Percepción pública-mediática, en primera instancia, es lo que no es, pero que puede ser -inducida o no- para instalar en la conciencia colectiva: una realidad que puede ser artificiosa o no, pero, estratégicamente planificada a los fines de lograr ciertos objetivos mercadológicos, políticos o gubernamentales. Por ello, cada vez más, los gobiernos invierten cuantiosos recursos en promocionar políticas públicas, imagen-país e interés estratégicos-geopolíticos-comerciales; y los subdesarrollados, en proyectar los planes y logros que piensan alcanzar en un tiempo determinado. Es a lo que se ha denominado “comunicación estratégica gubernamental”.

En los partidos políticos, sobre todo en los noveles o en ciernes, se suele invertir mucho en lograr posicionamiento político-electoral o presencia pública a través de una agresiva campaña de percepción pública-mediática; y si es posible, como vemos -Leonel-FP-, con un agregado particular: artimañas mediáticas-periodísticas y reciclaje político-electoral para proyectar un rol político-publico sobredimensionado y de atractivo artificioso, y más cuando solo se tiene al líder o expresidente que, por su gravitación en un país presidencialista, termina suplantando al feudo-partido que se ha inventado. Aquí, por más discursos y peroratas pseudas redentoras -“el líder imprescindible”-, estamos ante el mismo fenómeno de los partidos tradicionales: una cúpula, en este caso unipersonal, que lo decide todo y cuyo candidato eterno o, en caso de que no, impone o infiere, por el dedazo, el candidato.

Ya lo vimos en nuestro país: un partido en construcción que llegó al poder montado en una ola social y mediática de cansancio, protestas y hastío; encima, una batería mediática: parte “sociedad civil” e intelectual- y un evento imprevisto -posposición de las elecciones municipales, por fallas técnicas corregibles y falta de gerencia efectiva de la JCE (no “fraude”, no “ruso”, no “algoritmo” ni queochocuentos)-. Ese cuadro, desfavorable, terminó de completarse, antes y post, con tres eventos más: pandemia, oposición rabiosa desde el mismo partido de gobierno y una campaña del candidato oficial, totalmente atosigante -aparecía hasta en la sopa, logrando el efecto contrario a lo planificado o deseado-.

El cuadro ahora es algo diferente. Pero igual, donde percepción pública-mediática, de nuevo, esta tratando de coronarse esta vez vía: una figura, un gobierno que se erosiona, rápido, desde adentro y desde afuera, un partido, hasta ahora cabeza de oposición -el PLD-, que, erróneamente, piensa que puede dar gabela e incluso permitirse que le disputen su espacio y que no radicaliza su voto duro -sabrá Dios porque-; y para peor, una jerarquía en modo avión, en bajo perfil -mayoría- o, tras una alianza, improbable, con el que se fue y que, estratégicamente, tiene claro que la vuelta del PLD al poder, sería, en cierta forma, su Waterloo político-electoral.

Vista así las cosas, sería la primera vez que un eterno candidato (con su feudo-“partido”), con carabina vacía y pendejismo o acorralamiento -del partido cabeza de oposición-, destrona una polarización -PRM-PLD- que, aun, está planteada.

Lógicamente, falta un gran trecho por recorrer y tanto el PRM -con su cuasi seguro candidato- como el PLD están polarizando la intención del voto de cara al 2024; pero, en el caso del PLD, ese sitial, no es permanente o de bolsillo. La condición de cabeza de oposición hay que reafirmarla día a día, con tacañería y sin ceder un ápice; y mucho menos soñando, una parte de su cúpula, con una alianza improbable; o peor, descuidando sus cartones.

Finamente, percepción pública-mediática es lo que no es ,pero que puede ser -inducida o no-, y si el PLD se pierde en ese abc del marketing político no sería por ingenuidad. Por lo tanto, de darse el caso, tendrá que inventarse otra excusa.

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