Mi hija, con esa mezcla entre irreverencia y sabiduría precoz que tienen los adolescentes, me soltó una de esas preguntas que se te quedan haciendo eco mucho después:

—Mami, si tu cuerpo ha cambiado tanto en siete años… ¿sigues siendo tú?

¿O ya eres otra versión completamente nueva?

Busca la paradoja del barco de Teseo.

Así, con una sonrisa de “te amo, pero te voy a sacudir”.

La miré. Me reí. Le dije: “¿Tú estás filosofando conmigo o burlándote de mi celulitis?”

Ella, sin despeinarse, contestó: “Ambas”.

Por supuesto, busqué la dichosa paradoja. Dice que si a un barco se le cambian todas las piezas, una por una, ¿sigue siendo el mismo barco?

Es una pregunta que parece sencilla, pero es profunda.

Y personal.
Porque, sinceramente, ya no sé cuántas piezas mías han cambiado en los últimos siete años.

He cambiado de cuerpo. De amistades. De prioridades. He cambiado mi forma de amar, de hablar, de reaccionar. Mi nivel de tolerancia ha bajado. Mi nivel de consciencia ha subido.

Entonces, ¿sigo siendo yo? La respuesta más honesta es: sí… y no.

Sí, porque hay una esencia que sigue ahí. Esa brújula interna que, aunque a veces se me pierda entre tanta tormenta, todavía me orienta.

Y no, porque muchas cosas que antes me definían, hoy ya no me representan.

Se fueron. Las dejé ir. Algunas me las quitó la vida de un sacudón. Otras las solté por fin, como quien respira después de mucho tiempo conteniendo el aire.

Y eso no me asusta. Antes sí.

Antes pensaba que mantenerse “igualita” era símbolo de coherencia, de éxito, de estabilidad.

Hoy pienso que crecer también es desmontarse y armarse otra vez.

Estoy más clara. Más suave por dentro. Más firme por fuera. Todavía en construcción, pero con menos miedo al cambio.

No me interesa volver a ser quien fui.

Esa mujer de hace siete años hizo lo que pudo con lo que sabía. Pero, esta versión de ahora se elige con más intención.

Mi hija cerró la conversación con una de esas frases suyas que suenan a meme, pero tienen profundidad:
—Tú sabrás si quieres seguir siendo el Titanic o convertirte en el arca de Noé.

Y la verdad… me quedé pensando. El Titanic era elegante, sí… pero se hundió.

El arca era tosca, pero salvó todo lo que importaba. Así que sí, he cambiado pieza por pieza.

Pero sigo aquí. Navegando. Reparándome cuando hace falta. Y aprendiendo a quererme en todas mis versiones.

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