Un nuevo año es la oportunidad de cambiar de rumbo, tomar decisiones y emprender proyectos engavetados en los doce meses anteriores. Es un impulso de valor para retomar el sendero existencial y comenzar otra vez con más bríos en esa ficción de que el tiempo se detiene; es el espacio en que se inicia el conteo desde el día uno, como una reposición de otra temporada de planes. Cada uno de los retos asumidos con gran entusiasmo a principios del período que ahora se extingue, se olvidan ya avanzadas las semanas para reeditarse luego con la esperanza de alcanzarlos.
Atrás quedaron las promesas de hacer ejercicio y una dieta sana, diluida entre las delicias culinarias y la holgazanería. Los verbos ahorrar, invertir y economizar se esfumaron entre gastos superfluos, la búsqueda del amor verdadero en la pereza del conformismo y sucumbió ante lo que estaba más fácil y al alcance. Ese cambio de trabajo del que nos faltó la valentía para retirarnos, ese nuevo idioma que nunca aprendimos, ese proyecto genial por el que no hicimos el menor esfuerzo porque nunca le aplicamos la disciplina, constancia y disposición que se requerían; ese viaje maravilloso que no pasó del brochure de la agencia o esa relación malsana que a fuerza de costumbre se mantiene, resistiéndose a desaparecer porque no se pueden esperar resultados diferentes haciendo lo mismo. Ahora se presenta otra oportunidad de repetir, intentar y volver para tomar impulso con más fe, por lo menos para creer que esta vez será distinto y podrá lograrse lo pretendido.
Brindemos por los que se fueron y también por los que vendrán, la rueda de la vida no se detiene. Por los planes que no se dieron porque llegarán otros mejores que sean más convenientes; por aquellos que nos lastimaron y hasta nos ofendieron porque nos dieron la importancia de ocupar su atención, sabernos relevantes como para provocar sentimientos en otros, a la vez que nos enseñaron a valorar a los que realmente nos aprecian.
Levantemos la copa por 365 días, 48 semanas, 8,760 horas de un tiempo que será igual para todos, 12 meses de sorpresas que pueden aprovecharse o desperdiciarse, todo depende de cómo lo afrontemos porque el lienzo siempre comienza en blanco, pero los colores -brillantes u opacos- los pintamos nosotros.