El 4 de diciembre de 2017 publicamos un artículo en El Caribe donde expresábamos que: “En la semana que acaba de concluir, el Banco Mundial presentó un informe sobre el crecimiento económico de Latinoamérica entre el año 2000 y 2014, período en el cual la economía latinoamericana tuvo un crecimiento promedio de 3.2% que permitió reducir la pobreza extrema al 12% y reducir la pobreza moderada al 25%, con tendencia al crecimiento y fortalecimiento de la clase media. Sin embargo, el informe expresa un alto nivel de preocupación por las amenazas que se ciernen en contra de ese crecimiento fruto de los desastres naturales, ….sugiriendo aumentar los niveles de resiliencia en todos los países latinoamericanos y establecer un bono regional para la ayuda inmediata ante un desastre natural”.
El 6 de abril de 2020 publicamos otro artículo en El Caribe donde decíamos que “Para una parte de la sociedad, un desastre natural se produce cuando la población sufre impactos de grandes fuerzas de la naturaleza, como vientos de tormentas o huracanes, daños por lluvias torrenciales que acompañan a tormentas y huracanes, destrucciones ocasionadas por las fuerzas sísmicas liberadas abruptamente en forma de terremotos, o cuando los terremotos o derrumbes marinos generan tsunamis que impactan zonas costeras pobladas, o cuando un volcán entra en erupción explosiva, o cuando las lluvias saturan los poros de una ladera inestable y le hacen colapsar y arrastrar a comunidades, o cuando un incendio no se puede controlar y logra devastar toda una gran extensión boscosa o habitacional”.
También decíamos en ese mismo artículo del presente mes de abril que “Aunque la historia universal recoge los desastres dejados por terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas, huracanes, inundaciones, grandes incendios y grandes deslizamientos, las pandemias son más temidas que cualquier furia de la naturaleza estrellada sobre cualquier sociedad, sin distinguir su nivel de riqueza o pobreza, pues mientras los desastres tradicionales impactan durante pocas horas en regiones limitadas del planeta, las pandemias impactan durante meses a todos los rincones terrenales y someten a la sociedad global al pánico general, al aislamiento total y al enclaustramiento familiar derivados del potencial contagio mortal, por lo que termina siendo peor que cualquier desastre natural convencional”.
Terminábamos el artículo diciendo que “Sin lugar a dudas el mundo de hoy se está enfrentado al peor desastre natural que hemos tenido después de la Segunda Guerra Mundial, y así debe verlo cada país y cada gobierno, por lo que se impone que en lo adelante los países aborden el coronavirus con la categoría de un gran desastre natural global”.
Y esa realidad que planteábamos en ambos artículos ya comienza a tener números preocupantes, pues esta pasada semana la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) presentó sus primeros análisis sobre los impactos económicos que ha de producir el actual desastre sanitario del COVID-19, y los números no pueden ser peores, pues el importante organismo dependiente de la Organización de las Naciones Unidas estima que “La economía de Latinoamérica se contraerá un 5.3% y los desempleados subirán a 37.7 millones, con un incremento de 29 millones de personas en situación de pobreza e incremento de 16 millones de personas en pobreza extrema, generando la recesión más grande de la región desde la Gran Depresión de 1930 y desde la Primera Guerra Mundial de 1914”.
Sin embargo, en medio de la “sacudida sísmica social” que produce esta terrible noticia presentada por la CEPAL, llegan noticias alentadoras que dicen que mientras los precios del petróleo, que los dominicanos no producimos pero que compramos y consumimos en grandes cantidades, cayeron hasta valores negativos, cosa nunca antes vista, el precio del oro, que no compramos pero que producimos y exportamos en grandes cantidades, se eleva hasta el increíble valor de 1,740 dólares por onza Troy, momento que coincide con el anuncio formal de la empresa minera Barrick Gold de que en este primer cuatrimestre del año 2020 ya ha entregado al Estado Dominicano unos 10 mil millones de pesos, parte de ellos como anticipo fiscal que el Estado ha podido utilizar para atenuar la difícil situación económica producida por la caída en los ingresos fiscales fruto del cierre casi total del país, cierre en el que importantes sectores productivos están paralizados desde la tercera semana de marzo 2020, además de los compromisos económicos asumidos por el Estado para apoyar económicamente a 1.5 millones de familias en condiciones económicamente vulnerables, y para apoyar a muchas empresas con el pago de hasta 8,500 pesos por cada trabajador formal mantenido en nómina.
Con este importante aporte económico Barrick Gold totaliza aportes fiscales del orden de los 2,000 millones de dólares contabilizados desde el inicio de sus operaciones en el 2013, y si los precios del petróleo siguen en baja, y los precios del oro siguen en alza, los beneficios económicos que recibiría el Estado Dominicano por la producción de oro y plata serían un excelente amortiguador ante este terrible desastre natural sanitario que habíamos descrito 3 semanas atrás, pero que ahora la CEPAL lo acaba de catalogar como el peor desastre natural desde la Primera Guerra Mundial.