Cuando se analiza el contenido del debate político en nuestro país se llega a la conclusión de que hay pocos reales análisis de las situaciones nacionales e internacionales, sus causas, efectos, consecuencias y posibles remedios, y que el hilo conductor no es enriquecer la discusión, presentar argumentos sólidos para rebatir propuestas o proponer alternativas mejores, ni hacer críticas constructivas que expresen sus capacidades al tiempo de aportar a la mejoría de acciones o reformas necesarias, sino todo lo contrario.
Existe una perniciosa cultura de oponerse a todo porque sí, aunque no haga sentido y lo que se rechace sea conveniente y necesario para el país, la cual ha empedrado siempre el camino hacia nuestro desarrollo, pues en vez de tener la madurez de reconocer los puntos fundamentales de nuestra hoja de ruta y enfocar la discusión en el cómo y el cuándo, depurando opciones, profundizando en los pro y los contra de cada una, y aceptando que es más importante evitar las consecuencias de postergar acciones que pretender beneficiarse de la inercia para evitar logros de los adversarios; se ha preferido la mezquindad de hacer frente a todo lo que venga del contrario, por más bueno o deseable que pueda ser.
Y aunque algunos podrían alegar que sí hemos sido capaces muchas veces de consensuar en nuestra historia reciente logrando apoyos de partidos de oposición a distintas propuestas, es triste reconocer que estos sustentos no han sido fruto en la mayoría de los casos del convencimiento y del interés de contribuir a solucionar problemas nacionales, sino de acuerdos en los que el dinero, cargos, cuotas de poder, y beneficios han sido la contrapartida.
El mundo vive momentos angustiantes, no solo porque seguimos inmersos en una pandemia que parece no llegar a su final, sino por una guerra en Europa que más de siete décadas después de finalizar la segunda guerra mundial lamentablemente levanta las alertas de la posibilidad de un nuevo enfrentamiento bélico de esta dimensión, cuya mera probabilidad espeluzna, lo que se evidencia en cambios de postura de países neutrales o no alineados como los que acaban de materializar Finlandia y Suecia formalizando su solicitud de ingreso a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Esto ha causado cambios importantes en la política exterior y estrategias de la Unión Europea y los Estados Unidos de América, como ha sucedido en nuestra región respecto de Venezuela, lo que penosamente beneficiará al desacreditado régimen de Nicolás Maduro, que irán determinando movidas de las piezas del ajedrez político mundial, y cabe preguntarse si el reciente retiro de la nominación que había sido efectuada por el presidente Joe Biden de su embajador ante nuestro país, responde a estas nuevas visiones.
Nadie puede saber con exactitud cuánto tiempo demorará la guerra en Ucrania y hasta dónde subirán los precios del petróleo, de las principales materias primas, de los fletes, pero lo que la mayoría entiende es que a este conflicto le resta tiempo a pesar de todas las acciones de la comunidad internacional tendentes a crearle un cerco a Rusia, pues no se percibe una solución plausible a corto plazo, así como es un hecho indiscutible que mientras este continúe la escalada alcista seguirá.
Por eso resulta tan chocante que para algunos de nuestros dirigentes partidarios la única preocupación sea regresar al poder y hacer todo lo que fuere necesario para lograr ese objetivo, así sea soslayar los retos apabullantes que este panorama mundial entraña y sus nocivos efectos para la economía mundial, que repercuten con mayor virulencia en un país como el nuestro.
Seguir exhibiendo estas actitudes pone en cuestionamiento ciertos liderazgos, pues actuar solo guiado para sacar partido sin medir las consecuencias para el país sería todo lo contrario a lo que debería hacer un buen líder, y tratar de tapar el sol con un dedo para intentar negar la complejidad del escenario mundial que ha traído inflación sin precedentes a nivel internacional, o pensar que nuestros problemas solo son culpa de las autoridades actuales o las pasadas, y que las soluciones solo dependen de quiénes serían las próximas, sería tan aberrante como creerse el ombligo del mundo.