Casi por norma, evito dejar compromisos pendientes para el sábado; digamos que es sagrado, porque aritméticamente es el único que tiene 24 horas para compartir con la familia.
En los restantes días resulta complicado disfrutar esa cantidad de tiempo con los míos; las ocupaciones diarias lo impiden, y los odiosos tapones lo han complicado mucho más. Posiblemente cada persona gasta entre una y tres horas –ida y vuelta- cada día para moverse de un lado a otro en el Gran Santo Domingo. ¡Terrible!
El sábado pasado tuvo un valor agregado; aproveché para iniciar la lectura de un libro, que más bien es una joya: Discursos Escogidos, de Don Alejandro E. Grullón E., fallecido hace varios años. Leerlo equivale a hacer un recorrido por lo que es y ha sido República Dominicana y las bases sobre las que se ha cimentado una nación desarrollista como esta.
Don Alejandro fue un visionario y hombre de grandes luces; ubicarlo en un solo sector dentro de la sociedad dominicana no es tarea fácil. Sus aportes fueron más allá del mundo de las finanzas, actividad a la que mayormente lo asociaba la gente.
Inicialmente, estuvo ligado a la producción maderera y agrícola. Pero no se limitó a eso. Consciente de las necesidades de servicios financieros diversificados y accesibles que tenían los jóvenes, desde el seno de la Asociación por el Desarrollo del Cibao (hoy Apedi), además de colaborar en la fundación de importantes instituciones nacionales, logró concitar el interés para la creación de un banco de capital privado, con representación para entonces en seis importantes provincias de República Dominicana.
Ese esfuerzo y ese interés que tuvo se concretaron el 23 de agosto de 1963, con el Banco Popular, que luego abrió sus puertas al público el 2 de enero de 1964. Esa institución financiera desde sus orígenes se centró en ofrecer servicios a las pequeñas industrias, al sector rural, así como la apertura de cuentas de ahorro y corrientes con bajos depósitos.
Eso permitió que la población dominicana aumentara el acceso a los servicios financieros y -de paso- siguiera el trayecto del crecimiento.
A través del legado de Don Alejandro, nos queda claro que el progreso no solo se mide en cifras, sino en las vidas transformadas y en las oportunidades creadas para cada dominicano. Su visión de un país con una economía inclusiva sigue inspirando a generaciones. Es una vía que debemos seguir.