Mi entrega anterior versó sobre el controversial origen de nuestro Himno Nacional, el cual ha causado gran impresión y aceptación, de tal manera que acabo de leer un tuit de mi querido condiscípulo y capacitado abogado Dr. Jorge Subero Isa, expresidente de la Suprema Corte de Justicia, quien al leerlo sugirió al país que trataran de estudiarlo, porque el mismo lo consideraba de mucho interés y valor histórico.
A pesar de que existen algunas opiniones divergentes, está sobradamente demostrado que fue Juan Pablo Duarte y Diez el creador de la bandera tricolor, que veneramos todos los dominicanos, como el más alto símbolo patrio.
En efecto, ella aparece configurada en el Juramento Trinitario del 16 de julio de 1838, cuando en el histórico documento el patricio describe en el nombre de la nueva entidad patriótica, afirmando que tendría su pabellón tricolor en cuartos encarnados y azules, atravesados con una cruz blanca.
También se discute el origen de esta lúcida idea duartiana. Se entiende que cuando él regresó de Europa lo trajo todo preparado, incluyendo el nombre de la enseña tricolor que debía identificar su movimiento revolucionario. Para algunos autores el sacrosanto lema propagado por Duarte: Dios, Patria y Libertad, y la cruzada bandera de los cuarteles azules y rojos, sitúa su origen en Francia, visitada por él en dicho viaje y en donde sin dudas fue ávido espectador de los sucesos relacionados con la inmortal revolución del año 1830.
Se señala, igualmente, que el pabellón de tres colores data de la toma de la Bastilla, con el lema Patria y Libertad. También circulaba en Francia, en la época en que Duarte la visitó, la obra del filósofo Julio Simón titulada: Dios, Patria y Libertad.
Con estos antecedentes se trata de explicar la procedencia de la concepción duartiana y su inclusión en el proyecto revolucionario.
En el artículo 194 de la Constitución de 1844, quedó definitivamente establecido el simbolismo de la bandera diseñada por Duarte: el pabellón mercante nacional se compone de colores azules y rosados, colocados en cuarteles esquinados y divididos en el centro por una cruz blanca de la mitad del ancho de uno de los colores que toque en los cuatro extremos. Como dato curioso se expresa al final del citado artículo, muy en consonancia con la realidad del momento: “El pabellón de guerra llevará, además, las armas de la República en el centro”.
Por lo dicho aquí, queda claro que se confeccionaron en 1844 dos banderas: una como pabellón nacional y la otra como pabellón de guerra.
Como se dijo, no han faltado quienes le disputan a Duarte la paternidad del pabellón nacional; asignándoselo a Juan Nepomuceno Ravelo, a José María Serra, a Joaquín Objío a Francisco Sánchez del Rosario y a Concepción Bona Hernández, tal vez la más favorecida por la crítica desaprensiva.
En cuanto a la confección del pabellón cruzado, también hay discrepancias, pero para esta síntesis dejemos consignados dos nombres emblemáticos: María Trinidad Sánchez y Concepción Bona Hernández.
Sea como fuere, resulta alentador desde el punto cívico que los dominicanos nos identifiquemos, aunque sea una vez al año, con el símbolo más alto de la dignidad nacional, no solo como legado supremo de Juan Pablo Duarte, sino como la expresión del orgullo nacional, deseándola ver siempre como la ideó Gastón Fernando Deligne:
¡Qué linda en el tope estás,
dominicana bandera!
¡Quién te viera, quien te viera
más arriba, mucho más….!
O como la vislumbró Ramón Emilio Jiménez en su Himno a la Bandera:
“Mientras hay una Escuela que cante,
tu grandeza Bandera de Amor,
flotarás con el alma de Duarte,
vivirás con el alma de Dios”.