La economía dominicana parece asomarse a un momento complicado. En parte tiene que ver con la crisis política que vive el país por el conflicto interno en el PLD y la lucha fratricida por la sobrevivencia política de las dos figuras y grupos dominantes. No pocos perciben que la desaceleración económica que se advierte y que motivó una acción rápida por parte del Banco Central liberando fondos del encaje legal para ser colocados en el mercado tienen que ver con una reducción en el ritmo de la inversión asociada a la enorme incertidumbre política que prevalece.
Esta crisis se ve ahora agudizada por las revelaciones que parecen confirmar lo que muchos sospechaban: que Odebretch sobornó a funcionarios clave del gobierno por un monto total de casi 40 millones de dólares para que se le adjudicara el contrato por casi dos mil millones de dólares para la construcción de la Central Termoeléctrica Punta Catalina (CTPC). Se trata de un golpe devastador para el Presidente Medina y su gobierno que, hasta el momento, había logrado salir ileso del caso gracias a una labor pobre y políticamente comprometida por parte del Ministerio Público.
Las revelaciones tensan aún más la situación porque, por una parte, hace más difícil para Medina tener éxito en el esfuerzo por repostularse y ganar, mientras, por otra, podría estar haciendo más imperiosa para ese grupo su continuidad en el poder, que es lo único que les blinda de acciones judiciales en su contra.
Ralentización económica
Hay varias señales de que la economía está creciendo más lentamente. Primero, las cifras del IMAE, que es el indicador de corto plazo del nivel de actividad económica, están disponibles sólo hasta marzo, y hasta allí, mostraban un buen desempeño. El crecimiento promedio en el período fue de 5.7% comparado con el primer trimestre del año pasado. Sin embargo, filtraciones de cifras más recientes conocidas en círculos profesionales de la economía hablan de una caída hasta el 3% en abril.
Segundo, el crecimiento de las importaciones, generalmente vinculado al nivel de actividad, se ha desacelerado notablemente. En el primer trimestre, las importaciones totales crecieron en 4.2%. En el mismo trimestre, pero de 2018 lo había hecho en 10%. Las importaciones nacionales, excluyendo las de zonas francas, crecieron en menos de 5% comparado con un 12% registrado el año pasado, y las importaciones no petroleras, cuyo valor permite aislar los efectos de los cambios en los precios del petróleo, crecieron en solo 3.4%. En 2018 fue casi el doble.
De hecho, los datos que ofrece la Dirección General de Aduanas hasta mayo confirman la tendencia. Hasta ese mes, las importaciones totales crecieron en 5.4%, cerca de la mitad de lo que lo hizo en 2018, a pesar de que los precios del petróleo eran menores, y las nacionales lo hicieron en 6.1%, menos de la mitad de lo que creció en ese mismo período el año pasado (13.3%).
Desaceleración de las exportaciones
También las exportaciones están mostrando que han perdido impulso. Como indiqué en una columna de hace unas pocas semanas, el crecimiento que observaron en 2018 fue excepcional, algo que no se repetirá porque el crecimiento en Estados Unidos no volverá a ser el de ese año, estimulado puntualmente por el alivio tributario.
Hasta mayo, los datos de la Dirección General de Aduanas (DGA) para exportaciones formales que se registran en los puertos marítimos, aéreos y terrestres, indican que éstas crecieron en 3.2%, lo que equivale a un 40% de lo que crecieron entre enero y mayo de 2018. Las exportaciones de zonas francas sólo lo hicieron en 1.5%, apenas una fracción de la tasa de más de 11% observada en 2018. Las nacionales, no obstante, duplicaron su crecimiento en enero-mayo de 2019 (6% contra 2.9% el año pasado) pero no fue suficiente como para revertir la desaceleración general. Por lo menos hasta marzo, el rol destacado en ese modesto crecimiento lo tuvieron las ventas de ferroníquel (especialmente hacia China), el rebote del banano (después del mal año en 2018 por el efecto de las tormentas en 2017) y el aumento de las de azúcar.
También el turismo pierde impulso
No hay datos de los ingresos de divisas por turismo en lo que va de año. Sin embargo, hasta mayo, los arribos de extranjeros no residentes (turistas) crecieron de forma moderada, aunque a un ritmo más bajo que el observado entre enero y mayo de 2018. El total de arribos alcanzó 2.60 millones, comparado con 2.52 millones el año pasado. Este crecimiento fue del 3.5% comparado con 4.8% en 2018.
No obstante, la mala publicidad que se ha generado en Estados Unidos por los casos de los turistas fallecidos en el país recientemente promete tener un severo efecto sobre los arribos en el tercer trimestre del año. Fuentes dispersas del sector hablan de cancelaciones de reservaciones del orden de 15%-20% para los próximos meses y proyectan un crecimiento nulo del total de arribos en 2019 comparado con 2018. No obstante, reportes de prensa indican que la proporción es mucho mayor, aunque se refieren a un período acotado de tiempo.
De esta forma, en materia de turismo, el tercer trimestre del año promete ser muy malo, y es una evidencia de cuanto daño hace a la economía la debilidad del Estado en el aseguramiento de servicios públicos fundamentales como seguridad pública, vigilancia de la calidad de alimentos y bebidas, y servicios médicos oportunos y de calidad.
Es cierto que, en general, en el país los espacios turísticos son seguros. Lo son mucho más que el resto del país. Quienes viven con inseguridad no son precisamente los turistas, pues no vendrían, sino los ciudadanos. Pero en esta ocasión, las consecuencias de una pobre seguridad pública y en materia de salud toca a las puertas de una actividad económica muy sensible y a las de unos intereses económicos muy influyentes.
En este punto, vale la pregunta ¿Cuántas actividades económicas de la gente pobre no ha prosperado o lo ha hecho con precariedad por la inseguridad?
La deuda pública continúa complicándose
En ese contexto de desaceleración, la deuda pública, de forma gradual pero sostenida, complicando las finanzas públicas y reduciendo los espacios fiscales para contribuir al crecimiento.
Un reciente trabajo de análisis de evolución de la deuda del colega y amigo Henri Hebrard para la Asociación Nacional de Empresas e Industrias de Herrera (ANEIH) estima que hasta mayo el stock de la deuda del gobierno ascendió a 32,158 millones de dólares. Esto no considera los bonos globales por 2,500 millones emitidos recientemente. Por eso, si incorporamos este monto, hasta junio, el stock de deuda podría haber alcanzado los 34,700 millones, un crecimiento de 14% con respecto a mayo de 2018. A su vez, la deuda consolidada del sector público, la cual incluye la del Banco Central, podría llegar hasta 44,250 millones, más de 13% por encima de lo que fue en mayo de 2018. Esta última cifra coloca la deuda total del Estado firmemente por encima del 50% del PIB.
Pero lo más preocupantes es que, como apunta Henri Hebrard, entre enero y mayo, el servicio total de la deuda alcanzó el equivalente al 57% del total de los ingresos públicos. Entre enero y mayo de 2018 fue de 42%.
En síntesis, un contexto político que está asustando la inversión y haciendo declinar el crecimiento, unas exportaciones que han perdido impulso, unos ingresos por turismo que seguramente se reducirán en el tercer trimestre del año y una deuda que, de forma gradual pero segura, está asfixiando las finanzas públicas, hacen que el panorama que se vislumbra sea uno con nubarrones importantes.
En adición a esto, las últimas revisiones del crecimiento económico mundial han sido a la baja y los precios del petróleo podrían aumentar si las tensiones entre Estados Unidos e Irán crecen. La única buena noticia buena es que la tasa de interés de la FED al menos se mantendrá estable e incluso se podría reducir. Esto puede contribuir a hacer que las tasas domésticas en el país lo hagan y a facilitar el acceso al crédito externo.
Para la política pública es muy complicado lidiar con esto porque la causa de varios de estos problemas está fuera de su alcance (p.e. el contexto político) y otras son estructurales y no han sido enfrentadas con responsabilidad como la pobre productividad, baja competitividad general, y las vulnerabilidades del turismo y de las finanzas públicas.
Frente a eso, y en un contexto en que el fisco tiene pocas armas para sortear el bache y en el que hay pocas respuestas de corto plazo, solo le queda dos cosas por hacer. La primera es pedirle un poco más a la política monetaria, bajando eventualmente la tasa de política o adoptando una postura menos agresiva en la colocación de títulos del Banco Central. Eso puede traer un poco más de inflación y devaluación, pero parecería menos malo que terminar con un bajo crecimiento del PIB. La otra es rezar y esperar que el mal momento del turismo pase. El problema de esto es que no resuelve la lentitud exportadora ni el lio fiscal.