En uno de los capítulos de la serie X-Men ‘97 de Disney, el personaje de Jean Gray, embarazada, le confiesa a Storm su temor de que su hijo nazca mutante. En el universo Marvel, los mutantes son discriminados y perseguidos por ser diferentes. Este temor me recuerda las dudas de una amiga ciega sobre la maternidad: temía que sus hijos nacieran con ceguera. Como ella, yo también he reflexionado sobre lo que significa enfrentar la maternidad en un país lleno de barreras para las personas con discapacidad.
Tener una discapacidad en República Dominicana y América Latina puede implicar enfrentar limitaciones constantes en el acceso a educación, salud, empleo, transporte y, en general, a una vida digna y autónoma. Las barreras trascienden lo físico hasta tener presencia en las estructuras sociales y culturales que perpetúan la exclusión y dificultan la implementación de políticas públicas efectivas basadas en derechos humanos.
Algo de esto lo vimos en el análisis hemerográfico que estamos haciendo con Fondos Canadá. Lo presentaremos el tres de diciembre, pero de entrada puedo decir que llama poderosamente la atención la narrativa que hemos construido a nivel país en torno a quienes viven con una discapacidad cognitiva, sensorial o física. Y es un fenómeno que se extiende incluso a los resultados que puede darte una inteligencia artificial como ChatGPT o Gemini.
En nuestro país, el 56% de las personas con discapacidad son mujeres, y de este porcentaje, solo el 15% accede a la educación universitaria. Además, el 17.3% de las mujeres con discapacidad nunca completaron ningún nivel educativo. En las zonas rurales, la situación es más agresiva: el 42.9% de las mujeres con discapacidad no ha tenido acceso a educación formal. Estas cifras muestran una brecha que afecta directamente las oportunidades laborales y el acceso a recursos básicos.
En términos de empleo, las mujeres con discapacidad enfrentan un panorama aún más restrictivo. El 84.9% de las mujeres con discapacidad en República Dominicana no participa en el mercado laboral. Y quizá fuera una noticia agradable si estas barreras se limitaran a nuestro país. Pero en toda América Latina, las mujeres con discapacidad suelen enfrentar tasas de desempleo más altas que los hombres con discapacidad y que las mujeres sin discapacidad. Las barreras físicas, sociales y culturales refuerzan esta exclusión y reducen las posibilidades de que puedan alcanzar autonomía económica.
Y si hablamos de violencia de género, esta afecta de manera desproporcionada a las mujeres con discapacidad. En nuestro país , tres de cada cinco mujeres con discapacidad han reportado ser víctimas de algún tipo de violencia de género. Un 48% de las mujeres con discapacidad visual ha experimentado violencia económica, mientras que un 25% ha enfrentado abusos en instituciones públicas. Me parece que no es necesario explicar lo que significan las cifras; pero por si acaso, las mujeres con discapacidad en República Dominicana están siendo violentadas por ser mujer y por tener una discapacidad. Somos mutantes sin capacidad telequinética, de super fuerza o de manipular los metales.
El acceso a la salud es otro de nuestros grandes desafíos de participación. Solo el 12% de las mujeres con discapacidad en el país recibe servicios de salud adecuados. Además, la falta de infraestructura adaptada en hospitales y clínicas afecta directamente la capacidad de las personas con discapacidad para recibir atención de calidad. Este problema no se reduce únicamente a barreras arquitectónicas; también incluye una falta de capacitación entre los proveedores de servicios para atender las necesidades específicas de esta población.
A menudo, las personas con discapacidad son percibidas como extraordinarias por realizar actividades cotidianas. Este enfoque refuerza el estigma al negarles la posibilidad de ser vistas como personas comunes con derechos plenos. Estas narrativas dificultan que se genere un cambio real en las estructuras sociales y perpetúan la idea de que la discapacidad es una tragedia o una heroicidad, en lugar de una condición que puede ser normalizada con los apoyos adecuados.
En la Fundación Francina, con el apoyo de Fondos Canadá, hemos lanzado un proyecto para fomentar la autonomía de las personas con discapacidad visual, con un enfoque especial en las mujeres. Este proyecto incluye talleres de derechos humanos, formación en tecnología adaptativa y campañas educativas que buscan transformar la percepción pública de las personas con discapacidad. Nuestro objetivo es derribar las barreras que las limitan y fomentar una visión basada en sus derechos y capacidades.