Cuesta creer que sigan sucediendo cosas como las que acontecen en el mundo, estando en pleno siglo XXI y en medio de tantos avances alcanzados por la humanidad, muchos de los cuales nos colocan en el escenario proyectado en películas y cartones animados con dispositivos móviles y relojes inteligentes cuyas pantallas nos capturan, espían y hasta gobiernan, como presagiara George Orwell en 1984.
Es más difícil aún asimilar que países que han salido de situaciones de opresión a través de luchas revolucionarias se hayan convertido en férreas dictaduras, y que aun habiendo transitado momentos de libertad vuelvan a caer bajo el mismo yugo opresor de gobernantes autócratas, y que líderes supuestamente revolucionarios que derrocaron dictaduras e inspiraron sueños de libertad, hayan terminado convertidos en oscuros personajes cuya crueldad y negación de los derechos fundamentales es peor que la de aquellos contra quienes lucharon.

No hay diferencias entre los autócratas de hoy y los tiranos de ayer, ni entre los de izquierda o de derecha, siguen siendo los mismos dictadores megalómanos que avasallan a sus pueblos y los engañan, algunas veces atizando el odio y el resentimiento social prometiendo acabar con la acumulación de riquezas de unos cuantos, otras prometiendo someter al orden con mano dura, lo que siempre termina en una pesadilla de uso discrecional del poder y la fuerza, en detrimento de la mayoría, y beneficio de un reducido grupo.

Los avances tecnológicos y descubrimientos científicos efectuados por los humanos han hecho cambiar enormemente las condiciones de vida, pero a pesar de que la robótica y la biotecnología han hecho posible los trasplantes de órganos, procreaciones asistidas, cambios de género y de fisonomía, en nada han cambiado la naturaleza humana, por eso persiste y persistirá la eterna lucha entre el bien y el mal.

El ordenamiento internacional aun con sus grandes falencias, es el resultado de un esfuerzo de las naciones más poderosas del mundo por tratar de entenderse, promover algunos postulados y evitar desgracias mayores, sin embargo estos organismos que antes se utilizaron para contener algunas situaciones o para lamentablemente tratar de imponer decisiones o legitimar algunas acciones, de nada sirven cuando el país en cuestión goza de la protección de uno de los extremos del poder, que actualmente está dividido entre de un lado los Estados Unidos de América y sus aliados europeos, y del otro Rusia y China, sin importar cuán alarmantes sean los abusos de poder o las rupturas con el orden institucional y los principios democráticos, como está sucediendo en Nicaragua, ha sucedido en Venezuela, en Cuba y otros muchos países.

La amenaza que pende actualmente sobre el mundo por una posible invasión rusa en Ucrania, es consecuencia de que el presidente ruso Vladimir Putin desconoce el derecho que tiene ese país para solicitar ser miembro de uno de eso organismos, la OTAN, el cual constituye un sistema de defensa colectiva, lo que chocaría con la absurda resistencia de algunos a que este ya no sea parte del otrora imperio ruso, aspiración que el autócrata Putin desea seguir alimentando en sus ansias de mantenerse en el poder, en el que está desde hace más de 20 años y podría incluso quedarse hasta el año 2036, como logró aprobar.

Aún no se sabe hasta dónde llegará Putin en sus malvados intentos, pero mientras tanto se complace con tener al mundo en vilo, intentar arrodillar a sus vecinos europeos y enfrentar a su eterno rival. Más allá de las amenazas que se le han hecho, de los ejercicios militares y las acciones diplomáticas, la mayor garantía de que no suceda lo que sería una catastrófica tercera guerra mundial, desafortunadamente no es la sensatez alcanzada por el liderazgo mundial por haber aprendido de los errores, sino la certidumbre de la terrible capacidad destructiva de los armamentos que ha creado el hombre, la que por más que quieran fanfarronear algunos, saben sería una estocada mortal para su propio culto a la personalidad.

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