La defensa de la soberanía de un país no debería ser asunto de unos pocos ni un discurso monopolizado por quienes, con una retórica vacía y agresiva, terminan haciendo más daño que bien. Hay una marcada diferencia entre ser nacionalista y ser “nazionalista”, y es lamentable que quienes encabezan una lucha legítima carezcan de las herramientas necesarias para articular un mensaje sólido, dejando el terreno abierto para que se les descalifique con facilidad. Más triste aún es que el simple acto de querer proteger la identidad y los intereses nacionales, cuando se hace desde el respeto y la mesura, sea automáticamente colocado en la misma acera que esos “personajes”, como si no existiera la posibilidad de defender la integridad de la nación sin negar los derechos de los extranjeros en nuestro suelo.
El debate sobre la inmigración irregular en República Dominicana se ha convertido en un campo minado, donde cualquier intento de abordar el problema con seriedad se ve opacado por dos extremos igual de perjudiciales: los que utilizan el nacionalismo como escudo para justificar el odio y la exclusión, y aquellos que, desde una supuesta superioridad moral, descalifican cualquier preocupación legítima tildándola de xenofobia. En medio de ese ruido, la realidad sigue golpeándonos: comunidades enteras establecidas al margen del Estado, una presión descontrolada sobre los servicios públicos y una crisis de identidad nacional que pocos se atreven a enfrentar y admitir con verdadera profundidad.
Se ha dicho que la marcha convocada en Friusa es una provocación, pero ¿no es más provocador que haya lugares en el país donde un dominicano se sienta ajeno, donde parezca que su sola presencia es una afrenta? Ningún espacio dentro del territorio nacional debería estar vedado para un dominicano. La provocación podría venir, más bien, de los participantes, dependiendo de cómo manejen su discurso durante la manifestación. Espero y confío en que tengan el sentido común de moderarse, no como una limitante a su libertad de expresión, sino porque la forma en que se exigen los derechos puede determinar no solo si habrá una buena escucha, sino también cómo la irresponsable comunidad internacional interpretará lo que hoy suceda. Más importante aún, podrían o no dar municiones a quienes se aprovechan de los discursos de dos o tres “gallos locos” que no representan a un país que ha sido solidario y generoso hasta extremos disparatados, incluso ingenuos. A ojos vistas, hoy estamos pagando el precio de esa ingenuidad, si se quiere, y de la voracidad de un grupito que nunca tiene suficiente.
De la misma manera, también se espera mesura por parte de los ciudadanos haitianos presentes en la zona y en las redes sociales. Su comportamiento será determinante para el respeto y la simpatía que generen respecto a su situación, porque, después de todo, nadie quisiera estar fuera de su país y enfrentarse a la incertidumbre de no tener un hogar. La prudencia y el respeto mutuo serán clave en la forma en que se perciba esta crisis.
Aunque esta marcha no resolverá los problemas de fondo, su sola existencia es un mensaje del cansancio de una población que es atacada todos los días. Se trata de una campaña bestial a todos los niveles, que ha terminado lavando el cerebro de mucha gente dentro y fuera del país, al punto de hacerles ver nuestro legítimo derecho como un deseo absurdo.
Con el respaldo del gobierno, probablemente la manifestación transcurra sin grandes exabruptos, o al menos eso espero. Pero lo importante es lo que simboliza: la intención de no permitir más pérdida de territorio, de no repetir la historia de despojo que ya vimos en tiempos de Trujillo y de mantener nuestra identidad cultural y nuestros valores tal como los conocemos. Aunque, siendo honesta, desde un punto de vista cultural, Haití no es el único peligro para nuestra identidad… pero ese es otro tema.
Mucha gente se pregunta por qué en Punta Cana y no en la frontera. Punta Cana no es solo un destino turístico; es la joya de la corona de nuestra industria turística, una marca que, paradójicamente, trasciende incluso el nombre de República Dominicana. No es en la frontera donde, en un momento dado, un funcionario admitió públicamente que hasta las propias autoridades tenían dificultades para entrar. Las autoridades reconocieron la pérdida de control sobre un territorio, y ese territorio resultó ser Friusa. Precisamente por eso resulta un despropósito que empresarios y gobiernos, por conveniencia o cobardía, se hayan hecho de la vista gorda ante lo que ha estado ocurriendo en esa zona, a pesar de que hasta Frank Rainieri se pronunció sobre el tema hace algunos años. Claro está, sin admitir su parte de responsabilidad y la de otros como el en la problemática y ojo está es compartida con las autoridades, después de todo los ciudadanos hacemos hasta donde se nos permite aquí se ha permitido en demasía
Esta marcha es sinónimo de hartazgo. Y de vez en cuando se necesitan llamados de atención, incluso de personas que dejan mucho que desear en su comportamiento y formación. Se requieren movimientos que se conviertan en símbolos, aunque lo ideal sería que los protagonistas fueran otros. Lamentablemente, tal vez por miedo, nadie con la suficiente reciedumbre moral, aceptación social y arraigo necesario ha tomado esa batuta. ¿Por miedo? ¿Por falta de convicción? ¡Quién sabe! De haber sido así, tal vez esta movilización habría tenido mayor trascendencia o legitimidad.
Pero en un mundo dominado por el ruido y el espectáculo, quizás esta protesta logre más por la causa que la intelectualidad y el respeto. Después de todo, en una sociedad de humo y apariencias, la comedia y el amarillismo conectan más con las grandes mayorías.